domingo, 9 de diciembre de 2018

El nabo


El nabo


Vamos a hablar del nabo, del que se muerde y se come, no del otro que... bueno, pensándolo bien ese otro también se come y a veces hasta se muerde, pero no es de ese nabo que trata este artículo. Tampoco del nabo que recibe burlas y agravios por donde va, no; ese nabo no es el objetivo a tratar.
Veamos. El nabo sorprende porque además de su uso normal tiene muchas otras peculiaridades.
Sirve para eliminar el ácido úrico, a través de la orina, y claro... sino por dónde.
Su uso frecuente sirve para disminuir o acabar con la obesidad; lógico, nadie puede vivir de nabo.
Elimina el exceso de grasa y líquidos... cierto, aunque haga frío, igual sirve si se lo usa con fervor.
Y encima de todo eso, es barato; a veces hasta regalado porque viene de yapa ¡qué más se puede pedir! el nabo, claro.

Los chinos - ese no, ese nos metió el nabo - lo preparan en encurtido y según dicen los que saben, es un plato para valientes, o para audaces... o para amantes del nabo. Y dicen que es tal la precisión - o la confluencia de factores, vaya uno a saber - que aun tratándose de un gran maestro del nabo; de cien veces, solo cinco o seis veces le sale perfecto; las otras 95 o 94 veces... igual lo venden, lo sirven y lo cobran: nabos no son.

Mi experiencia personal con el nabo fue muy breve, estaba en un supermercado; de compras, porque allí no trabajo y tampoco regalan nada; cuando se me ocurrió hacerle una gracia a la amiga que me acompañaba, (amiga nomás, todavía, porque ya había fracasado varias veces en el intento de avanzar hacia la fase siguiente) se trataba de una bella chica francesa, y agarrando una pieza enorme del singular tubérculo, con guiñada de ojo, sonrisa picarona y pose de galán, le dije:

Je met le navet, le dije a Jeanette;
mejor a tu abuela, respondió en francés.
¡Qué falta de humor! retruqué en noruego;
se fue y me dejó, sin un hasta luego.

Le cayó mal el nabo, no yo... de eso pueden estar seguros, pero igual se fue de mi vida; menos mal porque ya la vida la tenía bastante complicada. Desde ese día no soporto el nabo, el francés ni el noruego, y si me acerco a uno de esos engendros de la naturaleza es solamente en casos de urgencia, cuando por cuestiones puramente físicas o biológicas y/o fisiológicas o/e/i/u coexistenciales, se hace necesario encontrar un lugar con fuerte olor para... bueno, para eso.

- Pero el nabo crudo no huele.

- ¿Y qué quiere? ¿Que espere a que lo cocinen?

En ese caso, quedan las otras dos opciones: el francés y el noruego, que no sé si sirven para eso, pero por asociación de ideas los tengo en el mismo casillero mental junto con del nabo;  y si no encuentro ninguno, recurro a la alternativa clásica: la sección de salmón ahumado. 

- Mañoso había sido...

- Y también... a mi edad, qué esperaba.

~

2 comentarios:

  1. Ricardo, tú y tu nabo............ven que yo te enseño sus usos, ja ja ja

    Fernando Atala

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