domingo, 29 de mayo de 2016

Viaje al pasado


Se encontraba en la estación del tren, en una fría mañana de julio, el sol ya había asomado tras los cerros cercanos de la cordillera pero los altos eucaliptos aún no permitían que sus tibios rayos llegaran al andén, hacía frío, pero él sentía que era un frío vitalizante, que lo impulsaba hacia adelante, hacia la vida.
Había llegado el día anterior a esa ciudad intermedia de su viaje.
Se quitó los guantes, abrigadores pero engorrosos, para asir con seguridad el helado hierro cromado al lado de la puerta del vagón, y subió los tres o cuatro peldaños que lo acercaron al interior que esperaba fuese menos frío; decepción, estaba más frío adentro que afuera, pero al ser un espacio cerrado prometía una posterior tibieza. 
La estación tenía dos salidas -o entradas- opuestas. Una hacia el este y otra hacia el oeste; la del oeste era la más importante porque en esa dirección se iba hacia la capital y los trenes que pasaban por ella eran más modernos y cuidados, la del este era como una modesta puerta trasera por la que llegaban y partían los viejos pero admirables trenes que conectaban las humildes localidades de los valles y alturas de la serranía, hasta llegar a una más fría y modesta ciudad que se encontraba al final del recorrido. Allá se dirigía el viajero, hacia la hermosa ciudad que aunque rodeada de minas en las alturas, el aire, más fino y leve, era siempre puro, incontaminado. Su gente, aparentemente introvertida y desconfiada, se mostraba sincera y generosa inmediatamente después del primer saludo, del primer contacto con el que venía de fuera; lo examinaban rápidamente y valoraban en el acto la calidad humana del visitante, que siempre hallaba la más cordial bienvenida. Había que ser muy hosco o muy pedante para que las cosas no sucedieran de esa forma. Él lo sabía porque era de allí.
El viajero volvía después de treinta años. El recorrido, a los pocos kilómetros de andar el tren, ya era el mismo de siempre, no había cambiado nada. Pasaban ante las ventanillas las misma casas de adobe con techos de tejas, otras con techos de paja; los corrales, los depósitos, las chacras; las parcelas cultivadas que de media distancia parecían mullidas y gruesas alfombras y desde las alturas se mostraban como bellos mosaicos coloridos rodeando villas de ensueño.
La sensación de regresar en el tiempo que había sentido al comenzar el viaje, se hizo más fuerte.
Se detuvo el tren en alguna localidad intermedia, niños, niñas y mujeres principalmente, ofrecían diversas viandas a los pasajeros, subiendo a los vagones y también a través de las ventanas. Él sólo compró tres panes, tibios, suaves y olorosos, que eran una delicia para comerlos solos y recordar ese sabor que siempre estaba presente en su memoria. Eran los mismos que había comido de chico, la última vez con diez años de edad, antes de salir de ese paraíso que era su barrio, su casa, su entrañable pueblo, hoy llamado ciudad; él prefería llamarlo pueblo, era más íntimo; ciudad le sonaba a cosa ajena. El sabor del pan le hizo sentir que estaba en esos días añorados.
Imposible no sentirse en el pasado. Era el mismo tren, los mismos pueblos junto al camino de las rieles, sin otra comunicación que no fuera la vía férrea; la misma gente, la misma música que a veces llegaba lejana de entre callejas angostas, no contaminadas por motores ni combustibles.
Pasaron las horas que tenían que pasar y se detuvieron en varios otros pueblos parecidos pero no iguales, y llegó. La misma estación de bloques de piedra, en lo alto del pueblo y cerca de otros cerros le dio la bienvenida a lo que fuera escenario de sus primeros tiempos de vida. Ahora volvía hecho un hombre, pero sólo por dos días, a cumplir un asunto netamente profesional.
Se registró en el antiguo hotel en la plaza principal que a pesar de tener aspecto de prisión o fortaleza por su sobria y sólida construcción en piedra, era agradable y acogedor, su interior de fina madera protegía del frío de afuera; era mediodía, almorzó en el comedor del mismo hotel y calculó que tenía poco más de una hora libre antes de acudir al encuentro previsto. Iría al antiguo barrio donde vivió, estaba a tres o cuatro cuadras de la plaza, tenía tiempo para ir, volver, y hasta descansar un poco después del paseo.
Llamó al mozo; se acercó un joven de cara conocida, casi familiar, seguramente la habría visto antes en otra persona; firmó el vale y salió a la acogedora plaza, caminó hacia la catedral, sólo quería verla por fuera porque su característico frente barroco le agradaba desde siempre, observó satisfecho que estaba igual, mejor de lo que esperaba, la vio limpia, nueva... la piedra es siempre joven, pensó, y se encaminó hacia su antiguo barrio.
Imposible no pensar en Alicia, su noviecita de siete años, a la que casi no le había dicho algo más que hola, pero algunas veces caminaron tomados de la mano; una vez la besó en la mejilla y ella, con un leve estremecimiento, le apretó la mano. Él con diez años y ella con siete. En las tardes de sol Alicia se sentaba a la puerta de su casa para recibir los generosos rayos; en esos pensamiento estaba cuando llegó a la esquina de la que fuera su casa, recorrió tranquilamente la limpia vereda, el barrio estaba igual que siempre, las casas eran las mismas... no había pasado el tiempo; cruzó la calle y en la esquina siguiente - era una cuadra muy corta ésa - se dirigió hacia donde vivía Alicia y al girar vio lo imposible: Alicia sentada en la puerta de su casa, él se miró las manos para ver si eran de niño, si el tiempo en verdad había retrocedido, pero sus ojos se encontraron con sus manos de siempre, de hombre; se detuvo y sus pasos dejaron de sonar en la solitaria calle, el silencio sorprendió a la niña que volteó a mirar y sus miradas se cruzaron. Era ella, pero no lo conocía. No supo qué hacer... siguió andando, acercándose, y la niña con esa curiosidad inocente que no se disimula, lo observaba sin fingimientos, pasó a su lado y sin detenerse la miró.
- Buenas tardes señor - le dijo ella al notar la atención del caminante.
- Buenas tardes... niña... - respondió, aunque quiso decirle Alicia, tal vez aminoró el paso o hasta se detuvo por un instante, porque otra voz le llegó, preguntando:
- ¿Señor? ¿A quién busca? - Era una mujer que él comprendió al instante que tenía 37 años y se llamaba Alicia.
- No, nada, solamente pasaba por aquí - respondió con calma tras una rápida mirada a la mano derecha de su antigua novia: estaba casada, el anillo de bodas resplandecía con impiadoso brillo en la blanca mano de la señora Alicia de no se quién, que pareció reconocerlo y lo vio alejarse mientras ella entraba a la casa seguida de la pequeña, y la imagen de un hombre se dibujaba cerca de la puerta, acercándose a ellas.  
No, el tiempo no había retrocedido, por más que él lo deseara. El ayer y el hoy se colocaban otra vez en su lugar, y tuvo que seguir andando hasta dar toda la vuelta a la manzana para no cambiar el rumbo tan bruscamente y llamar la atención por ello.
Se alejó pensando, sintiendo, recordando que...

... hace mucho tiempo


Eras, niña, mi sueño cumplido;
en tus ojos alegres miraba
mi reflejo, pequeño y preciso,
y en los míos el tuyo encontrabas.

Descubrir que los ojos reflejan
lo que sea que con ellos miras,
lo supimos en las tardes quietas
siendo niños que de éso se admiran.

Sólo yo que conozco tu infancia
puedo ver lo que nadie más mira
y saber lo que ocultan tus ansias;

sólo tú, que me viste de niño,
puedes darme en igual abundancia
el amor, la pasión y el cariño.
~

domingo, 22 de mayo de 2016

A propósito de campañas y elecciones.

 

Sin salida


No veo más remedio que apartarme
de tanta incongruencia que delata
profunda corrupción, y digo basta
a tanta hipocresía insoportable.

No veo más refugio ni salida,
si no me quiero ver contaminado;
es triste, con lo mucho que ha costado,
perder la libertad y al fin la vida.

La humana sociedad está podrida
y a esa condición se ha acostumbrado:
parece solazarse en la inmundicia,

no miraré hacia atrás en esta huida
para evitar quedar petrificado
ante escenas de horrible pesadilla.
~


domingo, 15 de mayo de 2016

A los nietos

De la mano


Tomado de tu mano ando seguro
sintiendo entre tus dedos la confianza,
eres tú quien me guía y quien avanza
con paso alegre y firme hacia el futuro.

Para alguien que nos mire sin saberlo
presentamos una escena muy normal,
un abuelo que camina con su nieto,
es tan simple, nada tiene de inusual;

pero ellos, como tú, no se imaginan
que es el niño quien al otro va llevando
y su sana inocencia le da vida.

Me tomas de la mano y me confías
toda tu humanidad en ese gesto,
mas sin ti, yo soy quien se perdería.
~

domingo, 8 de mayo de 2016

Gabriela Mistral - Madre de poemas.




1889 - 1957 

Poetisa chilena, primera ganadora sudamericana del premio Nobel de literatura.



Tenía sangre indígena y extranjera, su padre era autóctono de la zona y su madre vasca, ella nació en Vicuña, ciudad cuyo nombre hace referencia a un grácil y bello animal andino, un camélido sudamericano que habita en el altiplano de la región.
Había vicuñas por allí, seguramente, y no sabemos si la pequeña Gabriela las llegó a ver porque a los diez días la llevaron a vivir a otra parte, y más adelante a Montegrande donde vivió hasta los nueve años de edad, claro que aún no se llamaba Gabriela, porque "Gabriela Mistral" era un seudónimo, su verdadero nombre era  Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga. Bueno, se entiende que le fuera mejor con el seudónimo, más corto y de agradable sonido, aunque Lucila Godoy también suena muy bien. Cuestión de gustos. El nombre del seudónimo alude a dos poetas que ella admiraba: Gabrielle D'annunzio y Frederic Mistral. O sea que fue la hija putativa de ambos. No sean mal pensados, se dice así cuando alguien se considera familiar de alguna persona sin serlo realmente. 

Aunque su padre la abandonó a los tres años, fue él quien sin pensarlo la inició en la poesía, como ella misma lo dice: "revolviendo papeles", encontró unos versos suyos, "muy bonitos". "Esos versos de mi padre, los primeros que leí, despertaron mi pasión poética". El gusto por el arte suele ser hereditario.

En su vida hubo de todo: amores platónicos, confusiones, suicidio de un supuesto enamorado; trabajó de maestra, luego obtuvo el título, algunos la criticaron por éso mientras otros la aclamaron y hasta fue requerida por el gobierno mexicano para poner las bases de su nuevo sistema educativo, que se mantiene hasta hoy sin mayores cambios. 

Colaboró con diversos diarios y ganó premios por su producción literaria.
Su primer premio fue en 1914 en Santiago, por su trabajo "Sonetos de la Muerte", que es el que sigue:


Sonetos de la Muerte

Gabriela Mistral

 I

Del nicho helado en que los hombres te pusieron,
te bajaré a la tierra humilde y soleada.
Que he de dormirme en ella los hombres no supieron,
y que hemos de soñar sobre la misma almohada.

Te acostaré en la tierra soleada con una
dulcedumbre de madre para el hijo dormido,
y la tierra ha de hacerse suavidades de cuna
al recibir tu cuerpo de niño dolorido.

Luego iré espolvoreando tierra y polvo de rosas,
y en la azulada y leve polvareda de luna,
los despojos livianos irán quedando presos.

Me alejaré cantando mis venganzas hermosas,
¡porque a ese hondor recóndito la mano de ninguna
bajará a disputarme tu puñado de huesos!

II

Este largo cansancio se hará mayor un día,
y el alma dirá al cuerpo que no quiere seguir
arrastrando su masa por la rosada vía,
por donde van los hombres, contentos de vivir...

Sentirás que a tu lado cavan briosamente,
que otra dormida llega a la quieta ciudad.
Esperaré que me hayan cubierto totalmente...
¡y después hablaremos por una eternidad!

Sólo entonces sabrás el por qué no madura,
para las hondas huesas tu carne todavía,
tuviste que bajar, sin fatiga, a dormir.

Se hará luz en la zona de los sinos, oscura;
sabrás que en nuestra alianza signo de astros había
y, roto el pacto enorme, tenías que morir...

III

Malas manos tomaron tu vida desde el día
en que, a una señal de astros, dejara su plantel
nevado de azucenas. En gozo florecía.
Malas manos entraron trágicamente en él...

Y yo dije al Señor: ?«Por las sendas mortales
le llevan. ¡Sombra amada que no saben guiar!
¡Arráncalo, Señor, a esas manos fatales
o le hundes en el largo sueño que sabes dar!

»¡No le puedo gritar, no le puedo seguir!
Su barca empuja un negro viento de tempestad.
Retórnalo a mis brazos o le siegas en flor».

Se detuvo la barca rosa de su vivir...
¿Que no sé del amor, que no tuve piedad?
¡Tú que vas a juzgarme, lo comprendes, Señor!


Trabajó como maestra y directora en diversos lugares de la longitudinal república chilena, desde el templado norte hasta el helado sur; trabajó también en Europa y ocupó algún cargo en la Liga de las Naciones, precursora de la actual ONU. Viajó por distintos países en los dos continentes.

En 1945 ganó el premio Nobel de literatura por su obra lírica en general, con lo cual su fama se haría aún mayor.

Fue cónsul de Chile en Nueva York, cargo que consiguió para estar junto a la escritora y bachiller Doris Dana. Más tarde ocuparía el mismo cargo en Los Ángeles, donde se compró una casa con el dinero ganado con algún premio. La correspondencia entre ellas revela una relación que algunos consideran homosexual, cosa que Dana negó hasta el final de sus días, aunque no  se separaron nunca.

No fue madre, pero dio a luz excelentes poemas que la volvieron inmortal, y yo que quería hacer un homenaje a las madres en su día me quedo con esta discutible propuesta, porque nunca se ha visto que a un poema se le tenga que dar el pecho a medianoche o cambiar los pañales en los lugares menos adecuados, tampoco se escaldan, ni lloran, ni hay que llevarlos al pediatra o al sicólogo.

Creo que éso de "madre de poemas" es sólo un cuento para no tener que empezar otro escrito.

- Bueno, déjelo así, que al fin y al cabo todas las mujeres tienen algo de madre.

- ¿Usted cree? Bueno... ¡Qué cómodo! - Feliz día a todas las madres, incluyendo a aquellas que no tienen hijos, como Gabriela Mistral.

Entre tantos buenos poemas de esta poetisa, es imposible quedarse sólo con uno o dos, pero por cuestiones de espacio y tradición del blog, tengo que poner solamente uno más... lo dejé a la suerte y creo que difícilmente hubiera podido escoger algo mejor. Me salió éste:



Dos ángeles

Gabriela Mistral

No tengo sólo un Ángel
con ala estremecida:
me mecen como al mar
mecen las dos orillas
el Ángel que da el gozo
y el que da la agonía,
el de alas tremolantes
y el de las alas fijas.

Yo sé, cuando amanece,
cuál va a regirme el día,
si el de color de llama
o el color de ceniza,
y me les doy como alga
a la ola, contrita.

Sólo una vez volaron
con las alas unidas:
el día del amor,
el de la Epifanía.

¡Se juntaron en una
sus alas enemigas
y anudaron el nudo
de la muerte y la vida!
~


A continuación, dos sonetos de mi autoría inspirados en la madre, en su día, en el presente artículo y en la diferente manera de sentir que tienen las madres cuando de sus hijos o hijas se trata.



Los hijos y los poemas

Ricardo Kajatt


I

Querer hallar parecidos
entre hijos y poemas
tratándose de fonemas
está todo permitido;

mas aquella que ha tenido
la tal dicha y mil afanes,
que entre tetas y pañales
por poco no ha sucumbido,

es posible que discuta
mi argumento, o mi dislate,
y se muestre resoluta,

yo evitaré la disputa
pues no puedo hacer alarde
de la verdad absoluta.


II

Y si los versos me amputa
por querer tener razón,
le digo de corazón
que le paso la batuta,

que si es de maternidad
ninguna experiencia tengo,
por lo cual mejor me abstengo
y salvo mi dignidad.

El hombre entiende de hijos
con la razón y la mente,
con penas y regocijos;

mas lo que la madre siente
no sé ni cómo lo explico:
es sublime y diferente.
~


domingo, 1 de mayo de 2016

Conociendo a Manuel Gonzáles Prada: Poesía.




Conocer a Manuel Gonzáles Prada (ensayista, pensador, anarquista y poeta peruano [1844-1918]) por una de sus obras, la más nombrada y a la vez intencionalmente escondida: PÁJINAS LIBRES, y luego leer sus poesías lleva a una cierta sorpresa, algo inesperado en cuanto a la suave musicalidad de sus estrofas y la pura imaginación de su contenido.
El mismo autor que exclama furibundo: ¡Los viejos a la tumba y los jóvenes a la obra! y que denuncia sin rodeos que la putrefacción de la sociedad es tal que donde se pone el dedo salta la pus; es el que también escribe los bellos versos que leeremos a continuación y que muestran otra faceta de este ser humano excepcional.

Amar sin ser querido

(Manuel Gonzáles Prada)

Un dolor jamás dormido,
una gloria nunca cierta,
una llaga siempre abierta,
es amar sin ser querido.

Corazón que siempre fuiste
bendecido y adorado,
tú no sabes, ¡ay!, lo triste
de querer no siendo amado.

A la puerta del olvido
llama en vano el pecho herido:
Muda y sorda está la puerta;
que una llaga siempre abierta
es amar sin ser querido
~


El amor

(Manuel Gonzáles Prada)

Si eres un bien arrebatado al cielo
¿Por qué las dudas, el gemido, el llanto,
la desconfianza, el torcedor quebranto,
las turbias noches de febril desvelo?

Si eres un mal en el terrestre suelo
¿Por qué los goces, la sonrisa, el canto,
las esperanzas, el glorioso encanto,
las visiones de paz y de consuelo?

Si eres nieve, ¿por qué tus vivas llamas?
Si eres llama, ¿por qué tu hielo inerte?
Si eres sombra, ¿por qué la luz derramas?

¿Por qué la sombra, si eres luz querida?
Si eres vida, ¿por qué me das la muerte?
Si eres muerte, ¿por qué me das la vida?

Quien quiera leer a Gonzáles Prada puede buscar directamente sus obras, pero no quiero dejar de citar otro poema, además de los dos anteriores que tratan de amor, éste que nos da una clara percepción de su sentir filosófico y de su molestia ante lo sucedido con los dos últimos Incas del imperio del Tawantinsuyo.
Para quienes no lo sepan, en una guerra civil Atahualpa se enfrentó y mató a su medio hermano Huáscar. Su padre, el Inca Huayna Cápac, había muerto de una enfermedad, la misma que acabó también a quien había designado para sucederlo. Al final, dos de sus hijos pretendieron la elevada posición, y aunque Huáscar tenía más derechos el otro no lo quiso aceptar y ya sabemos lo que sucedió.
El triunfo no le duró mucho a Atahualpa, y aún las luchas internas continuaban cuando fue hecho prisionero por Francisco Pizarro, en Cajamarca, y luego condenado a muerte en el garrote. La orden de ejecutar a su medio-hermano Huáscar la dio estando cautivo de los españoles en el año 1533. Según cuenta la historia oficial, así acabó el imperio incaico, pero hay documentos que nos dicen que la lucha continuó hasta 1572, y que después de Atahualpa hubo más Incas, legítimos, por lo que la conquista del Perú no fue tan fácil como nos quieren hacer creer, pero éso ya merece un tratado aparte. Sobre Huáscar y Atahualpa trata este poema de Manuel Gonzáles Prada.


La sombra de Huáscar 

(Manuel Gonzáles Ptada)

En su lecho, prisionero,
Yace Atahualpa dormido;
Mas despierta, se incorpora,
Arrojando al aire un grito.

-«¿Quién me toca con sus manos?
¿Quién me llama con gemidos?
¿Qué visión de los sepulcros
Turba mi sueño tranquilo?»

-«Quien te llama y te despierta,
Quien suspira en tus oídos,
Es Huáscar ¡ay!, es tu hermano,
Es el cadáver del río.

En vano sueñas rescate
Y el real poder antiguo;
De mí piedad no tuviste,
No la tendrán, no, contigo.

A la tierra de los muertos
Pronto irás, bastardo inicuo:
Atahualpa, fui delante
Para enseñarte el camino».

La adusta sombra de Huáscar
Se disipa de improviso;
Atahualpa se estremece
De mortal escalofrío.
~

Es cierto, Huáscar solamente se adelantó en el camino y muy pronto lo siguió Atahualpa. Seguramente, para quienes creemos en alguna clase de existencia en el más allá, la ambición y los celos que los llevó a luchar por ganarse un imperio, no tienen cabida en esa otra dimensión.
 - - -

Don Manuel Gonzáles Prada, permítame que perturbe tal vez su eterno descanso, pero de alguna manera los de ahora quisiéramos decirle algo,  es por éso que con humildad y respeto me dirijo a Usted.



A Don Manuel Gonzáles Prada

(Ricardo Kajatt Sumar)

Usted se fue Don Manuel
y algunos los han recordado,
no sé si ha arado en el mar,
en el mar contaminado.

A usted Don Manuel Gonzáles,
que nos dijo claramente
que se pudría la gente,
le digo no hay quien nos salve.

Don Manuel Gonzáles Prada
aunque usted hizo su parte,
me permito asegurarle:
con palabras no bastaba.

José Manuel de los Reyes
Gonzáles de Prada y Álvarez
de Ulloa, por si faltara
quien su nombre conociere.

Van a ser casi cien años
desde su triste partida,
la patria de muerte herida
se la comen los gusanos.

Manipulando las leyes,
respetado Don Manuel,
el cadáver es pastel
para estos delincuentes.

Así pues, Gonzáles Prada,
como bien nos advertiste
y tan claro lo dijiste:
ahora no nos queda nada.
~
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