domingo, 28 de mayo de 2017

Suicidio




Pensaba que todos su asuntos estaban arreglados, al menos hasta donde es posible arreglar los asuntos, porque día a día se van multiplicando; pero en fin, estaba hecho lo más importante, no quería dejar las cosas desordenadas ni problemas pendientes. Fue hasta el cuarto de baño, abrió con cierta solemnidad la puerta espejada del botiquín y mientras su mano derecha la mantenía abierta, con la izquierda tomó el frasco oscuro que contenía las cápsulas blandas del suplemento de vitaminas y minerales; no encontró lugar mejor para esconder una cápsula que entre otras muchas cápsulas; con cuidado escogió la que necesitaba mientras pensaba que ese botiquín siempre estuvo mal colocado, por eso no se quedaba la puerta en su lugar, al abrirlo siempre había que sostenerla para que no se cerrara sola, y pensó también... así como esta pequeñez... cuántas cosas más habrá que he pasado por alto, no jodan, tampoco tengo que arreglar el mundo antes de irme... pero todas estas medicinas se van a vencer aquí, se van a desperdiciar; vivía solo y no había quien las pudiera usar; ya la heladera estaba casi vacía... pero ésto, se le había pasado por alto. Metió todo en una bolsa de plástico... Farmacia La Preferida... vaya nombre, ganas de joder, como si uno va a tener de preferida a una farmacia... se rió el solo de su ocurrencia, como ya era costumbre, se reía solo porque el sentido del humor le burbujeaba dentro, aún en esta hora que podría denominarse fatal, él por lo menos sonreía, tal vez pensó fatal... rima con animal... y con el pobre Pascual y hasta con su mujer, la loca esa que siempre lo trata mal, a Pascual, no a él, menos mal; con él no se metió nunca.

Pobre Pascual, si no viviera tan ocupado hasta lo hubiera invitado a este viaje sin retorno, pero estaba seguro que no se iba a animar, más bien trataría de convencerlo a él de no hacerlo, por eso ni le comentó sus planes. Ni a el, su mejor amigo, ni a nadie.

Salió de la casa, sacó la llave para asegurar doblemente la puerta, como cuando se iba de viaje y se la quedó mirando como si fuera un objeto inesperado, y en verdad lo era porque no había pensado qué haría con ella. Le dio dos vueltas a la cerradura, más para darse tiempo de pensar que por asegurar la casa, ya no importaba tanto la casa, pensó, entonces tampoco importa mucho la llave.

La arrojó sobre el césped que ocupaba casi mitad de la acera a un lado de la puerta, sin mirar bien dónde caía... casi no escuchó nada, el césped amortiguó el impacto; se dirigió hacia la canastilla de la basura, donde dejó la bolsa con las medicinas, ya pasaría alguien a hurgar y se las llevaría. Van a automedicarse... y a mí ya qué me importa, ya me voy a librar de eso también.

Todo lo que necesitaba estaba en el bolsillo de su pantalón: junto a la billetera con su identidad y cien pesos, llevaba la cápsula del adiós, la que con tantas recomendaciones le entregara el sujeto del laboratorio, sin preguntar, porque ese era su negocio, indicándole solo cómo debía usarse, ya fuera en uno mismo o en otra persona, eso no le importaba, solo que le paguen, nada más. Buena gente el tipo, no era preguntón ni desconfiado, o tal vez su experiencia le evitaba tener que averiguar.

Tanto había pensado donde dejar sus despojos... en una plaza, no, muy visible; en un hospital, no... odiaba ese ámbito, prefería morir a ser atendido en un lugar de esos; un restaurante... no, cómo va a ir uno a molestar a la gente, a malograrles la velada...

Con acierto o sin el, había pensado que la sala oscura y medio vacía de un cinema sería un buen lugar; no el lugar perfecto porque lugar perfecto para eso no existe, quien sabe si comprarse un nicho y meterse en el; pero allí, en el cine, si lograba irse sin muchos aspavientos, podrían descubrirlo al finalizar la función, los empleados del lugar simplemente llamarían a la policía que haría su trabajo, que para eso se les paga, y se iría sin molestar ni perjudicar a nadie. No tenía familia, y poco le importaba qué hicieran con sus restos una vez que se hubiera ido. Quien sabe si terminaría en alguna facultad de medicina; no le preocupaba que auscultaran sus entrañas porque nada suyo irían a encontrar en ellas, qué contradictorio: él no era eso que quedaría tirado allí. Buen provecho, gusanos.

Llegó al cinema, cerca de la ventanilla sacó el billete de cien pesos y compró su entrada, se quedó mirando el vuelto desconcertado por un segundo, no le importaba ese vuelto, pero debía tomarlo para no llamar la atención.

Entró y se acomodó tranquilamente en la última fila, el cine estaba casi vacío, día de semana y mala película: la combinación perfecta para conseguir algo de privacidad y comodidad a bajo costo. Una pareja de enamorados llegó y lo miró con desconfianza; fueron a sentarse al otro extremo de la hilera, mejor, ojalá no venga más gente... quien va a querer ver esta cojudez... para todo hay público... no se puede creer; aunque estos, como yo, vienen para otra cosa.

Empezó la función, algún drama de dudoso gusto, propaganda subliminal, cursilerías... no hay ningún peligro de engancharse con este bodrio y postergar la partida, pero por consideración la la gente el hombre quería hacerlo cerca del final, para no interrumpir la función si por algún motivo era descubierto sin vida antes de que se encendieran las luces. Gente considerada como el debería vivir, los que debieran suicidarse no lo hacen, precisamente porque les sobra conchudez y les falta un mínimo de delicadeza. A este paso solo quedarán ellos, los sinvergüenzas, y harán del mundo su propio reflejo: un infierno. Pero al autor del cuento no le está permitido buscar la moralidad o inmoralidad del mismo, del cuento ¿quién lo dice? - pues lo estoy diciendo yo ahora.

Al fin, con cierto nerviosismo, comprensible porque uno no se suicida todos los días, hurgó en el bolsillo del pantalón... la cápsula... dónde está la cápsula... aquí está; mientras moría un tipo en la pantalla, de cáncer o de cualquier cosa, también, con la vida que llevó cómo no se iba a morir el personaje, se la llevó a la boca y la mordió, como se le había indicado; algo debía quebrarse pero no lo sintió, solo un gusto amargo lo hizo estremecer levemente pero no se detuvo, tragó lo que tenía en la boca y esperó... esperó...

A la gran flauta, ni el veneno, cianuro de potasio, o lo que fuera lo preparan bien en este país de cuarta. Felizmente, porque el sujeto se imaginaba que podía despedirse tranquilamente de este mundo, pero en realidad el cuadro que presentaría sería horrible: parálisis respiratoria, convulsiones: todo un show de pataleo y estertores; como dije, una muerte horrible, imposible de pasar desapercibida.

Transcurrió un cuarto de hora y el hombre no estaba muerto. Acabó la película, que se la tuvo que tragar entera, se encendieron las luces y la gente salió. Para eso no estaba preparado, si tuviera una pistola se volaba los sesos allí mismo, de puro amargo, pero no la tenía porque era enemigo de la violencia.

Al final, lo vemos de cuclillas buscando la llave cerca de la puerta de su casa, la bolsa de la Farmacia La Favorita ha desaparecido ya de la canastilla y quien sabe si en ella no está la cápsula del fin de los días. Le tocará a quien le debe tocar, no se pudo torcer el destino.
~
P.S. La preocupación acerca del paradero de la cápsula perdida le produjo un cuadro de estrés, con la consecuente subida de la presión arterial. El llamado asesino invisible lo mató poco después, no en el cine, se lo cargó en el baño mientras tomaba una ducha. Considerado el sujeto, dejó su cadáver bien limpio.

~

domingo, 21 de mayo de 2017

El ángel de la noche




Parecía un mal sueño, uno de esos sueños circulares en los que uno no puede conseguir lo que quiere; me encontraba perdido en unas callejas sin sentido ni orientación y además perseguido y amenazado, buscaba cómo salir de allí y cada intento llevaba a una peor situación. Estaba perdido. Había salido de casa ese día en un automóvil pequeño: 1100 cc y llantas de 13 pulgadas que entraban completas en cada bache con el golpe correspondiente; y para peor, cambio automático; un auto frágil, delicado; un bonito juguete que me prestó mi amigo Lucho, el mecánico, mientras reparaba mi coche; lo iba a tener por una semana - ¿Éso? dije al verlo - No tengo otro, me había respondido, entre apenado y divertido. De verdad me sentía disminuido dentro del caótico tránsito; ya pasará, total... no es mío y son pocos días, me decía mientras extrañaba la aceleración rápida y la potencia de mi vehículo.
Ya por la tarde, de regreso a casa, me encontré con que habían cerrado la avenida principal debido a una protesta contra el alcalde; de que se merece la protesta, no tengo ninguna duda, porque al menos en lo que a mí atañe puedo dar fe que muchas calles son casi intransitables, las pocas que quedan se utilizan de tal manera que presentan los más absurdos conflictos, con el consecuente peligro que esto ocasiona, y precisamente por éso estaba yo circulando en auto ajeno; y, tal vez para no ser menos malo que otros, el recojo de la basura es absurdamente mezquino - aunque sobre este último cargo hay que reconocerle el atenuante de que mucha gente es puerca y no resulta sencillo mantenerles limpio el chiquero. Yo me he desentendido un poco de estas cuestiones porque no hay nada que pueda hacer al respecto, además de pagar mis impuestos que parecen ir a una especie de agujero negro, y jamás, lo que se dice jamás, he tirado siquiera un minúsculo papel a la vía pública. No es que esté orgulloso de ello: es lo mínimo que se puede esperar de un ser racional; más bien me siento algo avergonzado de no poder hacer nada; es que, aquí en confianza, les digo que soy incapaz de moverme en ese mar de corruptelas y acomodos que es la política. Si tuviera un cargo probablemente no duraría una semana, y mejor que así sea, porque si llego a permanecer por más tiempo, me convertiría en una especie de Stalin sin bigotes... o hasta me los podría dejar crecer para completar el parecido.
Debido al corte de la avenida tuve que desviarme por calles secundarias, y si las principales ya son una desgracia, estas parecían trochas para acémilas; creo que está demás decir que no conocía muy bien por donde me metía, y después de recorrer varias callejas tortuosas, de ¿trazado? curvo que iban derivando de a pocos a un lado u otro, terminé por perder completamente el sentido de ubicación, ya no se veía el sol, aunque un resto de claridad vespertina me daba una vaga idea de donde estaba el oeste, lo cual en esos momentos ya no importaba tanto porque no sabía bien donde estaba yo. No tenía GPS.
Continué avanzando sin rumbo fijo. Las calles y casas parecían cada vez más precarias, más primitivas y pobres; me alejaba de las zonas urbanas más conocidas y me internaba en barrios de los que nada sabía pero algo imaginaba: hay zonas en las que si ingresa un extraño; alguien que no tenga algún conocido entre los vecinos; se expone a las peores situaciones, se vuelve uno presa legítima del primer sujeto que se percate de tal situación: el barrio se convierte en una trampa para el desorientado intruso. El autito hacía lo que podía, pero entre calles cada vez más irregulares y montículos de tierra o escombros que fueron apareciendo, no era mucha la agilidad que podía esperarse de el. Mientras no se quedara atorado en algún hueco, me daba por bien servido.
Tras varios minutos, tal vez quince, llegué a un lugar alucinante; algo como un ruinoso laberinto que parecía haber sido alguna vez un proyecto de conjunto habitacional que por lo visto nunca se terminó; unas horrorosas estructuras de cemento carcomido y renegrido por el tiempo, las lluvias y la intemperie, surgían de lo que parecían islotes en un mar de escombros y basura y las que deberían ser calles eran apenas caminos marcados en la tierra por el paso de caminantes, eso: de a pié; ninguna huella ni espacio suficiente para circular con ningún vehículo que no fuera una moto o una bicicleta. Me detuve, claro. No había forma de seguir y la certeza de que debía volver por donde había llegado me asustó, porque no me sentía capaz de dar con las mismas calles y caminos, menos aún en sentido contrario.
Se acercó un individuo joven; no esperaba yo que fuera apuesto ni tenía por qué serlo; pero el pobre tenía un inquietante aspecto: flaco y nervioso, con ojos como brasas amarillentas y greñas que le cubrían la frente y caían en mechones sobre su rostro; yo traté de mostrarme tranquilo para no precipitar las cosas, digamos que un posible asalto que para entonces ya consideraba la menos mala de las situaciones a enfrentar. Le pregunté cómo podía salir de allí y me respondió que si seguía un poco más hacia adelante podría llegar a una calle secundaria que salía a la avenida No sé Cuántos... ¿Hacia adelante...? ¿Seguro? - Sí, siga nomás... - muy bien, muchas gracias; avancé con cuidado para no dañar el auto por una trocha inclinada que puso el vehículo en una incómoda posición de casi 45 grados hacia la izquierda, mi cuerpo ya se apoyaba contra la puerta y me parecía que faltaba poco para que el auto se volcara. Mientras hacía el esfuerzo de conducir por ese lugar de pesadilla, con la tarde muriendo delante mío (o sea que iba hacia el oeste... saberlo ya no me servía de nada), escuché un escandaloso concierto de silbidos y gritos que me hicieron entender la cruda realidad: había caído en una trampa, no había salida a ninguna calle y los delincuentes de la zona se aprestaban a atacarme. Estaba claro.
Al no haber posibilidad de dar la vuelta, lo que hice fue cambiar la marcha y empezar a retroceder; si para adelante era difícil imagínense para atrás, que la visibilidad es casi nula y la maniobrabilidad completamente diferente. Estaba en una situación muy difícil, ponía toda mi atención en no volcar el vehículo y escapar de allí antes que llegue la temida turba que ya se veía juntarse en los dos extremos de la trampa en que estaba. Menos mal que el auto respondió; aunque con dificultad y sacudidas; las patinadas fueron pocas y la tracción perdida se recuperaba pronto. Con un vehículo mayor tal vez tendría alguna ventaja, pero en esa caja de fósforos me sentía casi descubierto.
Llegué al fin al lugar de mi última parada, allí donde pregunté si había salida, y me dispuse a dar la vuelta para tratar de huir hacia cualquier parte, más o menos en la dirección por donde había llegado hasta ese sitio de mierda. Maniobraba para poder volver cuando se acerca el primero en alcanzarme; venía con dos palos, pensé que golpearía los vidrios... pero no, extrañamente lo que hizo fue tratar de meterlos entre las ruedas, a través de los espacios de los aros de las llantas, seguramente, que por ser pequeñas los palos no entraban, además que el auto no estaba detenido, yo lo movía hacia adelante y hacia atrás para conseguir la posición que me permitiera salir por la única calle que se veía, la misma por la que había llegado. Al fin se rompió el palo, el muchacho furioso golpeó el vidrio pero no lo hizo con fuerza suficiente, no lo rompió, entonces tiró el palo más grueso delante del auto para tratar de detenerlo, no había nada más que hacer que tratar de pasar por encima, podía ser que las pequeñas llantas no lograran subir sobre el palo, y así fue por unos instantes, el palo avanzaba delante empujado por las las llantas hasta que se atracó en algo y los neumáticos comenzaron a patinar, no pasaban; entre un impulso y otro al fin el auto montó sobre el obstáculo y avanzó, faltaba ver qué pasaría con las ruedas traseras, en ese instante un fierro aguzado rompió la ventanilla lateral trasera derecha y el vidrio hecho minúsculos pedazos quedó en parte colgando de la fina película del polarizado, el fierro con parte de los fragmentos del vidrio cayó dentro del habitáculo justo cuando las ruedas traseras pasaban sobre el palo, quedando liberado, al menos por el momento. No escuché ningún disparo, menos mal; para suerte mía casi parecían maleantes del medioevo: aparte del fierro que quedó dentro del auto, tenían solo palos y piedras, y de estas últimas no llegué a recibir ninguna.
Se oían gritos y silbidos desde todas partes, no dejarían escapar la presa sin intentar otras artimañas. Llegando a la primera esquina una moto-carga, o triciclo motorizado, obstaculizaba una de las calles, pensé que si no querían que fuese por allí, pues por allí mismo debía ir, y metí el pequeño auto, casi del mismo tamaño que el artefacto, pasando por un lado, mientras la carrocería de fierro del moto-carga chirriaba por toda la lateral del pobre vehículo; me estremecí de pensar cómo quedaría, pero lo importante era salir de allí, aunque fuera con el carro hecho pedazos. Había que salvar la vida, porque en caso de caer en manos de esa gente, posiblemente terminaría muerto, se trataba de robar sin dejar rastros y no de secuestrar.
Fue buena la elección de la vía por la que había optado porque era una calle más ancha y parecía que iría a dar a alguna parte menos salvaje de la que ahora escapaba.
Un par de motociclistas trataron de sacarme del camino sin conseguirlo y más adelante alcancé a un viejo camión que iba en la misma dirección que yo; si no me dejaba pasar estaría en mayores dificultades. Por algo así como medio minuto el camión siguió su lenta marcha por el centro de la calle, pero por algo que ignoro me dejó pasar, aunque solo toqué la bocina una vez para evitar ponerlo contra mí; parece que se dio cuenta que algo iba mal y por lo que hizo, sé que no era una mala persona, todo lo contrario, una vez que estuve delante alcancé a ver que el camión se detenía atravesado en la calle, y se bajaban de la cabina dos hombres, aun pude ver que se dirigieron a pié en sentido contrario al que yo recorría ahora un poco más tranquilo.
Seguí avanzando y la poca gente que había miraba extrañada el auto a causa del vidrio roto y la tremenda huella del moto carga que habría quedado en ese mismo lado. La tarde terminaba y comenzaba la noche, la noche es joven, pensé, y por eso mismo más amenazante.
No saldría de allí sin ayuda, ya me parecía haber sido tragado por el bosque de casuchas y callejones y no tenía un camino de migas de pan para salir del laberinto; no tenía una cuerda salvadora que me llevara hasta la salida de esa alucinante cueva.




Al final de la cuadra, oscura, iluminada solo por los faros del auto, vi una silueta inconfundible, a la vez femenina y exhibicionista; no podía ser nada más que eso, una prostituta. Vaya paradoja, que lejos estaba yo de ser un cliente... pero en fracciones de segundo entendí que era la ayuda que estaba necesitando, justo lo que le venía pidiendo desesperadamente a sea cual fuera la fuerza que pone orden en el caos. Me detuve rápidamente a su lado y abriendo la portezuela le dije sube, sube, ya hablamos en el camino. Y claro, se subió.

- Vamos al mejor motel que conozcas, no soy de aquí, guíame.

Así me aseguraba salir de esa zona tan caótica y peligrosa, ningún motel decoroso podría ubicarse entre sus calles, por llamarlas de alguna manera.

- Sigue de frente, llegando a la esquina dobla a la izquierda - y agregó - yo cobro ciento veinte...

- Está bien ¿Cómo te llamas? - pregunté solo por cumplir, porque hay oficios en los que se trabaja de incógnito y nadie espera que le digan su verdadero nombre.

- Lily... - respondió coqueta - ¿me vas a pagar, no?

- Claro... 

Tenía el cabello negro, cortado con cerquillo recto, boca muy roja sobre el rostro blanco, y expresión risueña y feliz que parecía brotar de los ojos, también negros y de grandes pestañas... postizas seguramente; no le presté mucha atención pero lo rememoro ahora que transcribo con tranquilidad esos angustiosos momentos.

Y mirando el destrozo preguntó qué me había pasado, nada, respondí, y no volvió a hablar del asunto.

¡Bendita sea la moza! era una profesional decente que se dedicaba solamente a lo suyo. Realmente me salvó, no puedo negar que gracias a ella estoy aquí escribiendo lo que escribo, pero me quedaron unas cuantas interrogantes existenciales que hasta ahora me inquietan; por ejemplo: 

- Si está bien regalarle el dinero a quien está trabajando y de esa manera negarle la dignidad de ganarse el pan con su esfuerzo. No creo correcto rebajar a nadie a ese nivel.

- En segundo lugar, no sé a qué o a quién agradecer por la ayuda brindada a través de ese ángel de la noche, ese ángel vestido de negro que me sacó del arrabal del infierno. Pagar una misa de agradecimiento con el dinero salvado me parece una incongruencia.

- Y por último, aunque está asegurado, llevar a reparar el auto a otro taller, me hará sentir desleal con el amigo Lucho.
~

domingo, 14 de mayo de 2017

La isla



Cada vez encuentro menos gente con la cual conversar de algún tema que vaya un poco más allá del acontecer diario y doméstico... ¡qué digo! en realidad no encuentro gente con la que se pueda conversar de nada, porque hasta lo cercano y cotidiano les es ajeno, y no es que vivan absortos en algún pensamiento personal. Aunque parte del tiempo están ocupados en su trabajo y eso los justifica ante sí mismos y ante algunos otros, a fin de cuentas no saben nada de nada fuera del estricto círculo de sus intereses, y eso refiriéndonos a los que podríamos llamar excelentes, porque otros que seguro son mayoría no llegan a ese nivel, o sea que de lo que uno esperaría que sepan algo, no saben nada o casi nada, y saben mucho de todo lo que ignoro o no me interesa saber. Y sin contar con el agravante de que creen saber cosas que no son reales pero que se las han formateado en el cerebro de forma constante a través de distintas maneras, sobre todo por medio de la televisión y el cine, además de la Internet, la radio, los impresos y todo lo que se pueda usar.

Re acomodemos el raciocinio: creen saber cosas que no son reales porque se las han implantado profundamente en el cerebro; saben también de cosas faranduleras que yo no sé (ni quiero saber); y llegamos a lo que parece solo un juego de palabras: que uno sabe tantas cosas como para saber que sabe muy poco, mientras ellos saben tan poco que creen que saben todo lo que hay que saber.
Y como ya dije, de ese poco que ellos saben, yo felizmente lo ignoro casi todo.

- Síntoma de edad avanzada, oiga usted, para no decirle de frente que ya está viejo.

- ¿Y desde cuándo practica usted la delicadeza?

Me queda la esperanza de creer que posiblemente yo, por alguna razón que no alcanzo a entender, estoy ubicado en una posición geográfica bastante "especial", digamos que se ha juntado el rebaño alrededor mío, solamente mío, y los demás están viviendo normalmente una vida rica en cultura, arte, política (en el mejor sentido del término), solidaridad y todas las cualidades que deberían adornar al homo sapiens del siglo XXI. Me aferro a esa posibilidad como náufrago al madero... pero en verdad no me la creo.

- ¿Y qué me dice de tanta gente buena que uno encuentra por todas partes?

- No se confunda, mi amigo, no dije que fueran malos.

Intente usted una conversación más o menos seria con aquella persona amable que le cede la vereda o lo saluda cordialmente en el calle o en cualquier espacio público, por ejemplo... pasarán menos de dos minutos para darse cuenta que están viviendo en universos paralelos, esos que aunque van juntos no se tocan. 

¿Y éste qué se cree? me parece leer esa interrogante en la mente de algunos, o tal vez solo sea una alucinación y en verdad muchos estén sintiendo y pensando lo mismo que yo, gente que se va sintiendo como si fuera una isla en medio de un océano extraño, diferente, que justamente por eso lo hace sentir solo, pero no con esa soledad nostálgica del separado de sus seres queridos, sino con una soledad ruda, áspera, de no lograr empatía con los demás, de sentir que lo que se dice no es entendido en el sentido que uno lo dijo sino en cualquier otro sentido o casi siempre en ninguno. Soledad que no apena sino que alarma; que no acongoja sino que acojona; que no hiere sino que hiede... en fin, que no hace falta sino que sobra.

- Oiga usted, se cree muy sabihondo o qué?

- Pues me creo qué.

Hay quienes hablan con desprecio de la gente "ordinaria", no es mi caso: yo no creo que la gente sea ordinaria; creo que nadie es ordinario (¿!?) o por lo menos no debería serlo. Alguna virtud tenemos todos; una como mínimo aunque por lo general son varias; entonces qué es lo que pasa que tan pocas veces se nota, será porque no se cultivan, porque el ambiente no es propicio o tal vez porque no sepamos verlas para poder apreciarlas.

- Ya está suavizando el enfoque... ¿Qué pasó?

- No sé.. pero igual me siento como una isla.

Serán las vacunas, los chemtrails (fumigaciones aéreas no reconocidas), o el HAARP (manipulación eléctrica de la ionosfera); o lo que comemos, tomamos y/o respiramos; será eso lo que nos tiene en este estado calamitoso de indolencia a veces complacida, aveces sufrida, pero siempre indolencia, apatía. En pocas palabras: pura mierda.




La isla


Cansado estás
como un sufrido arriero
sufriendo vas
como un triste borrego
miras atrás
la multitud te sigue
ya no das más
lo ignaro te persigue

apura el paso
para poner distancia
si hay un atraso
la masa ya te alcanza
en el rebaño
puede haber abundancia
de lo que hay tanto
mas no siempre es ganancia

ya te rodea
como un mar agitado
te zarandea
te deja salpicado
como las olas
que juegan en la arena
ideas solas
mojadas dando pena

eres la isla
dondequiera que mires
veras la misma
marea que persigue 
hacer al fin
tus costas ahogarse
resiste así
solo pueden mojarte

no estamos solos
en este mar inmenso
hay muchas islas
algunas en ascenso
siente la brisa
entre tus matorrales
se agradecido
por flores y zarzales.

si alguna vez
ante el temor sucumbes
no te acongojes
que todo es pasajero
para alguien más
serás el mensajero
ese que hará
que una verdad vislumbre.
 ~
no estamos solos
en este mar inmenso
hay muchas islas
algunas en ascenso
siente la brisa
entre tus matorrales
se bondadoso
con tantos animales
~

domingo, 7 de mayo de 2017

La mañosa





Paseando mi soledad por las playas de Marbella... ¿como quien saca a pasear al perro? bueno, es un decir, porque ni estaba solo ni estaba en Marbella, pero... tampoco me paseaba. Total, la comparación resultó completamente errónea e inadecuada para la ocasión, pero qué bonita suena la canción ("Cartagenera", aclaración para los recién nacidos). Andaba yo, no paseando precisamente, cuando me encuentro con una muchacha de esas extrovertidas, pero tan extrovertidas que ya no les queda nada por dentro; la miras y ya la viste toda, entera, más de lo que ella misma se puede imaginar que se ve, que si supiera qué más se ve, igual te lo iba a enseñar; son como pedagogas innatas, todo lo que sea enseñanza les fascina, y uno que tampoco es lerdo porque todo saber es bueno, pues aprovecha la lección tan generosamente impartida, compartida y regalada. Y encima algunas hasta tienen gracia para lo que hacen. Esta era graciosa y además mañosa, tan mañosa que sabía muy bien cuándo, cómo y donde hacer la maña; de esas que te guiñan un ojo, te guiñan el otro, te guiñan los dos...

- Cómo va a guiñar los dos ojos, eso no se puede hacer.

- Para que vea usted qué mañosa que era.

Bueno, tanto prolegómeno ya los habrá cansado, vayamos a la historia en sí misma que es lo que interesa, para lo cual necesitamos ponerle nombre a la muchacha porque sino cómo nos vamos a referir a ella... la muchacha, ella, la dama, la señorita...  esto de ponerle nombre al personaje es un asunto delicado, por allí sucede que le pones el nombre de alguna persona que tiene que ver contigo y ya te olvidaste, o de una que no te olvidaste aunque no tenga nada que ver contigo, y es complicado... quería ponerle Lily, pero Lily existe y existió en mi vagabunda vida... que sea Inés...no, mejor no, porque aparte que existió ese nombre es como muy recatado, y ésta ya dije que era extrovertida, casi sinvergüenza, podría ser Margot... no, tampoco se puede porque me meto en problemas... ¡Margarita! tampoco, ese nombre es como inocente, tiene que ser más atrevido... veamos... a este paso se me acaba la página y ni comienzo la historia... María... muy santa; Juana... muy llana; Alberta... muy abierta; Bebecha... muy estrecha. No le encuentro un nombre adecuado a la susodicha, pero no por eso nos vamos a quedar en nada, acabemos con la prosa y vayamos a la rima, que con un poco de empeño consigo contar el cuento y termino bien parado, no sean mal pensados, así se dice cuando uno queda bien ante los demás.
Comenzaré diciendo que si bien al principio de los acontecimientos no estaba solo, dadas las circunstancias extraordinarias mi comprensivo acompañante decidió dejarme solo con la damisela sin nombre. (Te debo una, gracias compadre.) 




La mañosa


Era una chica coqueta
agraciada y buena moza
y como verán, mañosa,
la que a este pobre poeta
deslumbró con su silueta,
y no es solo con la forma
con lo que uno se trastorna,
sino con la morisqueta.

Se me acercó, por favor,
me dijo muy educada,
sabe que estoy extraviada...
si me podría indicar
el camino a Loma Vieja,
o tal vez si va hacia allá
¿no me podría llevar?
Dudé que fuera verdad

pero allí estaba parada,
la moza, se sobreentiende,
y siendo yo tan decente
no la iba a dejar tirada,
me mandé una estacionada
de esas que te dejan lelo;
tenía muy lindo el pelo,
del resto no digo nada...

porque era una maravilla;
se subió rápidamente,
seguro estaba consciente,
y tan alegre lo hacía
que a mí ya me complacía
lo que me había tocado,
claro, estaba entusiasmado
si a mi lado la tenía.

Entonces por mi experiencia
enseguida calculé
que si yo me la gané
era por cierta creencia:
que las persona mayores
saben muy bien comportarse,
no hay mucho de qué cuidarse,
son confiables... son mejores.

De Drácula nunca oyó
la graciosa señorita,
si tenía agua bendita
conmigo no la probó,
en eso pensaba yo
cuando la muy atrevida
completa se me convida
¡casi todo se le vio!

Ya pueden imaginar
lo que fue de aquel paseo,
entre curvas y ajetreo
terminamos de llegar
a la misma Loma Vieja,
gracias a la providencia
toditito funcionó
y no escuché ni una queja.

No me vengan a pedir
que les cuente con detalles
lo que la del fino talle
me permitió compartir,
porque este es un blog decente
solo importa la conquista,
no tanto que la desvista
y que lo sepa la gente.
~
Y digamos en su honor
que era buena aficionada,
a cambio no pidió nada
(o sea que no cobró),
estas cosas, creo yo,
solo pasan en los cuentos,
aunque diga que no miento
no sé si alguien me creyó.
~