domingo, 21 de mayo de 2017

El ángel de la noche




Parecía un mal sueño, uno de esos sueños circulares en los que uno no puede conseguir lo que quiere; me encontraba perdido en unas callejas sin sentido ni orientación y además perseguido y amenazado, buscaba cómo salir de allí y cada intento llevaba a una peor situación. Estaba perdido. Había salido de casa ese día en un automóvil pequeño: 1100 cc y llantas de 13 pulgadas que entraban completas en cada bache con el golpe correspondiente; y para peor, cambio automático; un auto frágil, delicado; un bonito juguete que me prestó mi amigo Lucho, el mecánico, mientras reparaba mi coche; lo iba a tener por una semana - ¿Éso? dije al verlo - No tengo otro, me había respondido, entre apenado y divertido. De verdad me sentía disminuido dentro del caótico tránsito; ya pasará, total... no es mío y son pocos días, me decía mientras extrañaba la aceleración rápida y la potencia de mi vehículo.
Ya por la tarde, de regreso a casa, me encontré con que habían cerrado la avenida principal debido a una protesta contra el alcalde; de que se merece la protesta, no tengo ninguna duda, porque al menos en lo que a mí atañe puedo dar fe que muchas calles son casi intransitables, las pocas que quedan se utilizan de tal manera que presentan los más absurdos conflictos, con el consecuente peligro que esto ocasiona, y precisamente por éso estaba yo circulando en auto ajeno; y, tal vez para no ser menos malo que otros, el recojo de la basura es absurdamente mezquino - aunque sobre este último cargo hay que reconocerle el atenuante de que mucha gente es puerca y no resulta sencillo mantenerles limpio el chiquero. Yo me he desentendido un poco de estas cuestiones porque no hay nada que pueda hacer al respecto, además de pagar mis impuestos que parecen ir a una especie de agujero negro, y jamás, lo que se dice jamás, he tirado siquiera un minúsculo papel a la vía pública. No es que esté orgulloso de ello: es lo mínimo que se puede esperar de un ser racional; más bien me siento algo avergonzado de no poder hacer nada; es que, aquí en confianza, les digo que soy incapaz de moverme en ese mar de corruptelas y acomodos que es la política. Si tuviera un cargo probablemente no duraría una semana, y mejor que así sea, porque si llego a permanecer por más tiempo, me convertiría en una especie de Stalin sin bigotes... o hasta me los podría dejar crecer para completar el parecido.
Debido al corte de la avenida tuve que desviarme por calles secundarias, y si las principales ya son una desgracia, estas parecían trochas para acémilas; creo que está demás decir que no conocía muy bien por donde me metía, y después de recorrer varias callejas tortuosas, de ¿trazado? curvo que iban derivando de a pocos a un lado u otro, terminé por perder completamente el sentido de ubicación, ya no se veía el sol, aunque un resto de claridad vespertina me daba una vaga idea de donde estaba el oeste, lo cual en esos momentos ya no importaba tanto porque no sabía bien donde estaba yo. No tenía GPS.
Continué avanzando sin rumbo fijo. Las calles y casas parecían cada vez más precarias, más primitivas y pobres; me alejaba de las zonas urbanas más conocidas y me internaba en barrios de los que nada sabía pero algo imaginaba: hay zonas en las que si ingresa un extraño; alguien que no tenga algún conocido entre los vecinos; se expone a las peores situaciones, se vuelve uno presa legítima del primer sujeto que se percate de tal situación: el barrio se convierte en una trampa para el desorientado intruso. El autito hacía lo que podía, pero entre calles cada vez más irregulares y montículos de tierra o escombros que fueron apareciendo, no era mucha la agilidad que podía esperarse de el. Mientras no se quedara atorado en algún hueco, me daba por bien servido.
Tras varios minutos, tal vez quince, llegué a un lugar alucinante; algo como un ruinoso laberinto que parecía haber sido alguna vez un proyecto de conjunto habitacional que por lo visto nunca se terminó; unas horrorosas estructuras de cemento carcomido y renegrido por el tiempo, las lluvias y la intemperie, surgían de lo que parecían islotes en un mar de escombros y basura y las que deberían ser calles eran apenas caminos marcados en la tierra por el paso de caminantes, eso: de a pié; ninguna huella ni espacio suficiente para circular con ningún vehículo que no fuera una moto o una bicicleta. Me detuve, claro. No había forma de seguir y la certeza de que debía volver por donde había llegado me asustó, porque no me sentía capaz de dar con las mismas calles y caminos, menos aún en sentido contrario.
Se acercó un individuo joven; no esperaba yo que fuera apuesto ni tenía por qué serlo; pero el pobre tenía un inquietante aspecto: flaco y nervioso, con ojos como brasas amarillentas y greñas que le cubrían la frente y caían en mechones sobre su rostro; yo traté de mostrarme tranquilo para no precipitar las cosas, digamos que un posible asalto que para entonces ya consideraba la menos mala de las situaciones a enfrentar. Le pregunté cómo podía salir de allí y me respondió que si seguía un poco más hacia adelante podría llegar a una calle secundaria que salía a la avenida No sé Cuántos... ¿Hacia adelante...? ¿Seguro? - Sí, siga nomás... - muy bien, muchas gracias; avancé con cuidado para no dañar el auto por una trocha inclinada que puso el vehículo en una incómoda posición de casi 45 grados hacia la izquierda, mi cuerpo ya se apoyaba contra la puerta y me parecía que faltaba poco para que el auto se volcara. Mientras hacía el esfuerzo de conducir por ese lugar de pesadilla, con la tarde muriendo delante mío (o sea que iba hacia el oeste... saberlo ya no me servía de nada), escuché un escandaloso concierto de silbidos y gritos que me hicieron entender la cruda realidad: había caído en una trampa, no había salida a ninguna calle y los delincuentes de la zona se aprestaban a atacarme. Estaba claro.
Al no haber posibilidad de dar la vuelta, lo que hice fue cambiar la marcha y empezar a retroceder; si para adelante era difícil imagínense para atrás, que la visibilidad es casi nula y la maniobrabilidad completamente diferente. Estaba en una situación muy difícil, ponía toda mi atención en no volcar el vehículo y escapar de allí antes que llegue la temida turba que ya se veía juntarse en los dos extremos de la trampa en que estaba. Menos mal que el auto respondió; aunque con dificultad y sacudidas; las patinadas fueron pocas y la tracción perdida se recuperaba pronto. Con un vehículo mayor tal vez tendría alguna ventaja, pero en esa caja de fósforos me sentía casi descubierto.
Llegué al fin al lugar de mi última parada, allí donde pregunté si había salida, y me dispuse a dar la vuelta para tratar de huir hacia cualquier parte, más o menos en la dirección por donde había llegado hasta ese sitio de mierda. Maniobraba para poder volver cuando se acerca el primero en alcanzarme; venía con dos palos, pensé que golpearía los vidrios... pero no, extrañamente lo que hizo fue tratar de meterlos entre las ruedas, a través de los espacios de los aros de las llantas, seguramente, que por ser pequeñas los palos no entraban, además que el auto no estaba detenido, yo lo movía hacia adelante y hacia atrás para conseguir la posición que me permitiera salir por la única calle que se veía, la misma por la que había llegado. Al fin se rompió el palo, el muchacho furioso golpeó el vidrio pero no lo hizo con fuerza suficiente, no lo rompió, entonces tiró el palo más grueso delante del auto para tratar de detenerlo, no había nada más que hacer que tratar de pasar por encima, podía ser que las pequeñas llantas no lograran subir sobre el palo, y así fue por unos instantes, el palo avanzaba delante empujado por las las llantas hasta que se atracó en algo y los neumáticos comenzaron a patinar, no pasaban; entre un impulso y otro al fin el auto montó sobre el obstáculo y avanzó, faltaba ver qué pasaría con las ruedas traseras, en ese instante un fierro aguzado rompió la ventanilla lateral trasera derecha y el vidrio hecho minúsculos pedazos quedó en parte colgando de la fina película del polarizado, el fierro con parte de los fragmentos del vidrio cayó dentro del habitáculo justo cuando las ruedas traseras pasaban sobre el palo, quedando liberado, al menos por el momento. No escuché ningún disparo, menos mal; para suerte mía casi parecían maleantes del medioevo: aparte del fierro que quedó dentro del auto, tenían solo palos y piedras, y de estas últimas no llegué a recibir ninguna.
Se oían gritos y silbidos desde todas partes, no dejarían escapar la presa sin intentar otras artimañas. Llegando a la primera esquina una moto-carga, o triciclo motorizado, obstaculizaba una de las calles, pensé que si no querían que fuese por allí, pues por allí mismo debía ir, y metí el pequeño auto, casi del mismo tamaño que el artefacto, pasando por un lado, mientras la carrocería de fierro del moto-carga chirriaba por toda la lateral del pobre vehículo; me estremecí de pensar cómo quedaría, pero lo importante era salir de allí, aunque fuera con el carro hecho pedazos. Había que salvar la vida, porque en caso de caer en manos de esa gente, posiblemente terminaría muerto, se trataba de robar sin dejar rastros y no de secuestrar.
Fue buena la elección de la vía por la que había optado porque era una calle más ancha y parecía que iría a dar a alguna parte menos salvaje de la que ahora escapaba.
Un par de motociclistas trataron de sacarme del camino sin conseguirlo y más adelante alcancé a un viejo camión que iba en la misma dirección que yo; si no me dejaba pasar estaría en mayores dificultades. Por algo así como medio minuto el camión siguió su lenta marcha por el centro de la calle, pero por algo que ignoro me dejó pasar, aunque solo toqué la bocina una vez para evitar ponerlo contra mí; parece que se dio cuenta que algo iba mal y por lo que hizo, sé que no era una mala persona, todo lo contrario, una vez que estuve delante alcancé a ver que el camión se detenía atravesado en la calle, y se bajaban de la cabina dos hombres, aun pude ver que se dirigieron a pié en sentido contrario al que yo recorría ahora un poco más tranquilo.
Seguí avanzando y la poca gente que había miraba extrañada el auto a causa del vidrio roto y la tremenda huella del moto carga que habría quedado en ese mismo lado. La tarde terminaba y comenzaba la noche, la noche es joven, pensé, y por eso mismo más amenazante.
No saldría de allí sin ayuda, ya me parecía haber sido tragado por el bosque de casuchas y callejones y no tenía un camino de migas de pan para salir del laberinto; no tenía una cuerda salvadora que me llevara hasta la salida de esa alucinante cueva.




Al final de la cuadra, oscura, iluminada solo por los faros del auto, vi una silueta inconfundible, a la vez femenina y exhibicionista; no podía ser nada más que eso, una prostituta. Vaya paradoja, que lejos estaba yo de ser un cliente... pero en fracciones de segundo entendí que era la ayuda que estaba necesitando, justo lo que le venía pidiendo desesperadamente a sea cual fuera la fuerza que pone orden en el caos. Me detuve rápidamente a su lado y abriendo la portezuela le dije sube, sube, ya hablamos en el camino. Y claro, se subió.

- Vamos al mejor motel que conozcas, no soy de aquí, guíame.

Así me aseguraba salir de esa zona tan caótica y peligrosa, ningún motel decoroso podría ubicarse entre sus calles, por llamarlas de alguna manera.

- Sigue de frente, llegando a la esquina dobla a la izquierda - y agregó - yo cobro ciento veinte...

- Está bien ¿Cómo te llamas? - pregunté solo por cumplir, porque hay oficios en los que se trabaja de incógnito y nadie espera que le digan su verdadero nombre.

- Lily... - respondió coqueta - ¿me vas a pagar, no?

- Claro... 

Tenía el cabello negro, cortado con cerquillo recto, boca muy roja sobre el rostro blanco, y expresión risueña y feliz que parecía brotar de los ojos, también negros y de grandes pestañas... postizas seguramente; no le presté mucha atención pero lo rememoro ahora que transcribo con tranquilidad esos angustiosos momentos.

Y mirando el destrozo preguntó qué me había pasado, nada, respondí, y no volvió a hablar del asunto.

¡Bendita sea la moza! era una profesional decente que se dedicaba solamente a lo suyo. Realmente me salvó, no puedo negar que gracias a ella estoy aquí escribiendo lo que escribo, pero me quedaron unas cuantas interrogantes existenciales que hasta ahora me inquietan; por ejemplo: 

- Si está bien regalarle el dinero a quien está trabajando y de esa manera negarle la dignidad de ganarse el pan con su esfuerzo. No creo correcto rebajar a nadie a ese nivel.

- En segundo lugar, no sé a qué o a quién agradecer por la ayuda brindada a través de ese ángel de la noche, ese ángel vestido de negro que me sacó del arrabal del infierno. Pagar una misa de agradecimiento con el dinero salvado me parece una incongruencia.

- Y por último, aunque está asegurado, llevar a reparar el auto a otro taller, me hará sentir desleal con el amigo Lucho.
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3 comentarios:

  1. Muy emocionante...no se puede dejar de leer...y muy inquietante...felicitaciones es un relato excelente.

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  2. Alguna vez te dije que me sentía a tu lado y vivía tu bautizo de fuego, eso por la fuerza de tu narración, ahora veo que hay alguien que comparte la manera en la que llegas a tus lectores, te felicito Ricardo, muy bien.
    Pero hay algo, fuera del estilo de tu narración que no me gusta, ¿Porqué no dejaste que esa mariposa de la noche se ganara el pan con toda dignidad?, no me cabe en la cabeza.

    Fernando Atala

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    Respuestas
    1. El personaje se pregunta
      "Si está bien regalarle el dinero a quien está trabajando y de esa manera negarle la dignidad de ganarse el pan con su esfuerzo. No creo correcto rebajar a nadie a ese nivel".
      Como ves, no creyó correcto rebajarla así, o sea que dejó que se ganara sus honorarios. No podemos pasar sobre nuestros principios, jamás. Agradezco la oportunidad de dejar bien claro el asunto.

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