domingo, 21 de agosto de 2016

La bicicleta





El encanto de las dos ruedas es algo que muchos descubrimos desde la infancia, hay niños que ya montan bicicleta desde los tres o cuatro años; yo fui un poco más demorado y empecé recién como a los ocho o nueve pero en compensación al tiempo perdido tuve un desempeño bastante más fructífero que el promedio, utilizando el singular vehículo en mil y una aventuras de diferentes matices.

El aspecto deportivo es el que prima en este caso, pero la parte romántica del ciclismo no es cosa para dejar de lado. La bicicleta ofrece muchas posibilidades que al no iniciado se le escapan o pasan desapercibidas, a mi no se escapaba ninguna, de las posibilidades, ni de las otras tampoco, que para corretear tenía mucho entusiasmo.

Con la motocicleta el horizonte se amplía de forma geométrica, pero la bicicleta es el inicio de todo, sin bicicleta no se puede llegar a la moto.
Es así que la bicicleta, con todo y su fatigoso pedaleo, me ha dado momentos memorables, como por ejemplo el que recuerdo en estas líneas.



Súbete a mi bici


Si sube a mi bicicleta
de paseo me la llevo
y muy ligero me muevo
de bajada o por la cuesta,

por más que sea empinada
no me detengo en pensar
si se trata de llevar
está siempre preparada,

me refiero a la montura,
en este caso el biciclo,
que yo con buenos instintos
y tú con tal hermosura

dónde vamos a parar,
no lo sé ni me interesa,
que estoy de una sola pieza
con sólo ver tu mirar;

y te voy a sujetar
muy fuerte, no tengas miedo,
pues sé que cuidarte debo
y no voy a exagerar,

pero si tú lo permites
y a lo que ofrezco haces caso,
pues no sólo me propaso
y hasta consigo que orbites,

que silbes, cantes y grites
con tal gusto y alegría,
que será tan sólo mía
la emoción de que te agites,
 
porque mientras te derrites
por este tu servidor,
doy gracias al Hacedor
que por mi vida transites.
~

1 comentario:

  1. Ricardo me has hecho recordar los paseos en bicicleta, con la patota de chicas y chicos, tratando de demostrar, a la que habíamos puesto el ojo, las piruetas que hacíamos cayéndose y levantandose, con el rubor de la inocencia. Muy bonito y picante

    Fernando Atala

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