EXAMEN DE LA OBRA DE MUCHER HUEBER
PARTE II
“La
patada de la mula”
(Su
primera novela)
Con
éste continuamos la serie de estudios e incursiones en temas varios
que una vez más se llama articulo1
dominical porque sale en domingo, si sigue saliendo los domingos se
seguirá llamando de la misma manera y si no, pues no. Aclarada tan
importante cuestión entremos de lleno a lo que nos ocupa, “La
patada de la mula”.
1No
falta el acento, porque se trata de un Arti culo, algo artístico
que te articula.
Debido
al rotundo éxito de la crítica literaria que trataba sobre la
última novela de este autor, “La sandalia del arador”,
que publiqué en este blog el 10 de enero de este año (2014), muchos
lectores, míos, no de Hueber, me han pedido que comente algo sobre
su primer libro que data de 25 años atrás. Ése es el tiempo que
transcurrió entre la primera y la segunda novela de Mucher Hueber, y
no sabemos qué pudo haber hecho en un lapso tan prolongado. Que se
sepa: nada.
Posiblemente
estuvo haciendo honor al apellido: hueveando.
huevear
- intr. amer. vulg. Perder el tiempo y no hacer nada de
provecho:
¡basta de huevear, buscaré un trabajo! - amer. vulg. Hacer tonterías o decirlas:
chico, no huevees, habla en serio.
Me costó bastante
trabajo hallar un ejemplar de los 500 correspondientes a la primera
edición del mencionado volumen, que si bien parecía haber tenido
una cierta acogida en su momento, jamás vio la luz una segunda
edición. Recorrí muchas librerías sin que nadie hubiera tenido
noticia del autor o del libro, y lo mismo me pasaba en los lugares de
venta de libros usados, me miraban con cara de quien trata de evitar
que se le salga un flato y no me daban ninguna información al
respecto. En la web... nada, lo único que encontré sobre Mucher
Hueber fue su mención en... ¡mi propio blog! ¡Qué contratiempo! O
sea que no es tan famoso, ni mucho menos, como nos hizo creer en esos
tiempos de su supuesto apogeo.
-
¿Pero no era que usted lo había inventado? ¿Cómo va a buscar un
libro que no existe?
-
No sea inoportuno, oiga. Se supone que que existe aunque todos
sepamos que es mentira... ¿entiende?
-
La verdad que no... no entiendo...
-
Es como... veamos... qué ejemplo le pongo, a ver... como las armas
de Sadam Hussein, como el triunfo de G. W. Bush en Miami en la
primera elección presidencial que ganó trampeando... como el pavo
de plástico de la foto del mismo Bush con los marines... como la
bomba atómica de los ayatolas iraníes... como ese billete de dólar
que tiene usted en el bolsillo... ¿necesita más ejemplos?
¡Ya me amargué!
¡Todo es mentira! ¿Por qué no inventé un autor mejor que éste?
Prometo que el próximo que invente sí será un escritor de éxito.
Verán,
recorriendo el barrio de La Legua, encontré una caja de cartón en
el departamento donde Hueber vivió sus últimos años, en un tercer
piso de un viejo edificio de la calle Próceres del Monte 552, allá
cerca de la avenida de la Reconquista. Allí, en el baño de
servicio, al lado de la lavandería del viejo departamento, encontré,
como les decía, una caja de cartón conteniendo 467 ejemplares de
“La patada de la Mula”, 80 de ellos estaban autografiados por el
autor, mi secretario se encargó de hacer esa contabilidad y me
alcanzó uno para el presente estudio.
-
Pero si yo no conté nada, señor.
- ¿Otra vez con tus impertinencias? ¡No jodas!
Por lo visto sólo faltaban 33 ejemplares de los 500 que componían el total... lo que no necesariamente significa que fueran vendidos, aunque en el mejor de los casos ése seria el número de los que llegaron al gran público, lo que tampoco quiere decir que se hayan leído... ¡por la gran flauta! ¡cuánto pesimismo trae consigo la estricta interpretación de la realidad! ¡qué arduo es el trayecto que debe recorrer una obra sólo para ser mirada... ni digamos que leída! Y de allí a ser reconocida como digna de leerse... ¡uf! ¡Pobre Hueber!
Así pues, con la
suficiente dedicación, mi esfuerzo se vio recompensado y puse manos
a la obra.
En su primer
libro, que como ya sabemos se titula “La patada de la mula”,
Hueber ya exhibe su proverbial ignorancia del campo y sus costumbres
al confundir a los diferentes animales de la hacienda en que se
ambienta el interesante argumento pero que su pluma logra hacer algo
confuso. Nos desorienta mencionando vacas en jaula, gallinas en los
árboles y hasta un supuesto cocodrilo descansando tranquilamente en
la entrada de la casa. Además, con la finalidad de hacer más amena
su narración, incluye comentarios que lo dejan a uno boquiabierto a
causa de tamaña audacia para referirse a cosas de las que no tiene
la más mínima idea, así, habla de sacar a pastar a las gallinas
por la mañana, se asombra de los grandes platos en los que se sirve
la comida caliente a los cerdos, especula sobre la posibilidad de un
cruce entre un toro y una cabra y nos sorprende con una
alucinante descripción del apareamiento de un caballo con su
respectiva yegua, donde expresa su admiración por la resistencia de
la cama y de su excelente madera sobre la que la pareja de equinos
realiza el mencionado acto, que además adorna con posiciones
asombrosas que ningún caballo, ni el mismo Hueber, podría realizar.
Y al final saca a relucir el detalle de que... ¡las sábanas no
quedan muy sucias ni maltratadas después de tan escandaloso
espectáculo!
Descartando estos
deslices secundarios, ningún trigo queda, pero alguna poca paja
rescatable encontramos finalmente para este trabajo, y a ella nos
abocamos ahora.
El escritor hace
aquí un paralelismo, que de alguna manera se debe destacar, entre las
patadas que da un animal y los disgustos que produce a su marido una
mujer de carácter bastante explosivo y algunos socios o familiares
que le tienen ojeriza; pero el principal animal del relato es un
caballo, precisamente el astro porno-equino que nos presenta al
comienzo, cuando hace la descripción de la hacienda, el idílico
lugar en el que se desarrolla la trama; de esto el autor no deja
ninguna duda: es un caballo, por lo que podemos deducir que la mula
estaría representada principalmente por la inquieta mujer y en
segundo término por los parientes y socios del protagonista. O sea
que si Hueber no confunde al animal, se trata de otra muestra de su
entonces conocida aversión por el bello sexo, llamando mula a una
dama. Muestra aquí una misoginia que en la historia de “La
sandalia...” no aparece por ningún lado, demostrando una
incoherencia muy llamativa o tal vez una evolución que lo lleva a la
excesiva tolerancia del comportamiento femenino. Hueber es hombre de
extremos, las odia o las adora, pero no consigue mantenerse en un
justo y equilibrado punto medio... se puede suponer que en esos años
transcurridos entre una y otra novela sucedió alguna cosa que lo
hizo cambiar tan drásticamente, del odio irrefrenable a la adoración
ciega... ¡Qué le habrán hecho! ¡Qué barbaridad! ¡Qué clase de
mujer se cruzó por su existencia dejándolo tan cambiado! ¡¿Qué
sería lo que esa imaginaria dama sabría hacer tan bien?! Queda todo
librado a la imaginación de cada uno, siendo la mía demasiado
escandalosa para ponerla en letras de molde.
Estoy peor que
Hueber yéndome por las ramas, decía que si había público para
semejante libraco, sería una prueba que la cultura ya estaba en
franco declive desde esos años de 1988 en que se publicó esta
novela.
Aunque la historia
es buena, parece quedarle grande a Mucher Hueber. Él podría alegar
que yo no la hubiera escrito mejor, y hasta le puedo dar la razón...
pero resulta que aquí el crítico soy yo y el autor es él, y cada
cual a lo suyo: o mejora usted su estilo, don Mucher, o se aguanta la
crítica, no hay otra. Y si ya está muerto, igual, porque ésos no
son más que pretextos para no esforzarse en mejorar la calidad y el
estilo... ¡si no lo sabremos los críticos!
Como decía, “La
patada... “ tiene un argumento tan bueno que uno llega fácilmente
a la conclusión de que no es de Hueber, porque no será la primera
ni la última vez que los argumentos se consigan de cualquier manera,
por las buenas o por las malas, de cualquier agente o recurso
externo... lo que no tiene nada de malo. Lo malo es desperdiciarlo
tan inútilmente como en este caso.
Trata la obra de
un rico personaje que va recibiendo golpes bajos; figurados se
entiende; y traiciones varias de distintos personajes que por una u
otra razón hacen parte de su vida; lo extraño es que cada vez que
alguien lo traiciona, lo engaña, lo estafa o se burla de él, algún
accidente acontece con el pobre hombre como para rematar su
desgracia, hasta que al final, ya maltrecho, recibe la última gran
traición de la que fuera su esposa, que hasta pone contra él a sus
propios hijos e incluso nietos, porque ya el pobre es abuelo, y es en
esa oportunidad que le pasa por encima el veloz y enorme caballo, que
para sorpresa de todos, no le llega a hacer ningún daño de
consideración... y allí viene la revelación final de la novela,
que la traición de la esposa, que sería la mentada patada de mula,
ya no lo puede dañar porque debido a una serie de circunstancias,
que son precisamente las que Hueber no maneja muy bien, el
protagonista sale muy bien parado del pleito y recupera todo lo que
se le quiso quitar, y por si fuera poco, se queda con la dulce y
joven Anastasia que fue la única que se reveló como persona de bien
y que lo siguió amando aún durante el tiempo en que se suponía que
estaba en la más triste miseria. Al final sale ganando de lejos.
El problema del
libro está en que esta historia, que es sumamente buena, interesante
y hasta de alguna profundidad metafísica, se desarrolla entre ovejas
de colores, caballos en la cama y gallinas en los árboles; todo con
la más absoluta estupidez sobre todo porque no hacía falta tanta
fanfarria para atraer al público, pues como dije, sólo con el argumento ya sería suficiente.
Lo anterior me
hace pensar en la mayoría de las películas de ahora, las de
Hollywood, que pueden ser peores que el libro de Muchen Hueber, en el
sentido de que abusan de los efectos especiales, que serían como las
ovejitas de colores, pero no tienen casi ninguna sustancia rescatable
en su pobre argumento. A veces nada. Te salvaste, Hueber, siempre
puede haber algo peor.
~
o ~
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