domingo, 8 de noviembre de 2020

El liberado

Reflexión que se hizo cuento. 

No apto para cucufatos


Era peor que el diablo para los curas, porque si bien el diablo es la concentración de toda maldad imaginable, rara vez... o nunca, se nos aparece; en cambio, este incómodo ex-compañero de aulas, capillas y bibliotecas sí se aparecía, y constantemente, dada su condición de ser humano común y corriente.

Tan corriente no era, es necesario y justo decirlo, ya que su paso por el seminario le dejó una vasta cultura que él había sublimado con su natural y bendita - si se me permite la expresión - desconfianza. Este pasado teológico - no siempre lógico- filosófico y catecúmeno (no es lisura), lo había impulsado a estudiar, por caminos no tan difíciles de explicar, ingeniería civil; y luego, tal vez sin darse cuenta, a ejercer un pontificado; nada eclesiástico: pontífice, etimológicamente significa el que hace puentes y él se dedicó al diseño y construcción de puentes, no entre los hombres y Dios sino simplemente entre dos orillas.

¿A dónde voy? Ya veremos... si le interesa, siga leyendo.

Esa aversión que sentían por él sus antiguos compañeros del seminario; ahora ya señores curas, uno que otro párroco, obispo, primado y hasta cardenal; se debía a algo no muy complejo de explicar: ante él, algunos de escasa fe se sentían farsantes y desamparados, rehuyendo por eso no solo la conversación sino hasta el simple encuentro con tan incómodo sujeto que habiendo estado en los claustros los había abandonado sin temor ni remordimientos. El antiguo camarada les hacía renacer esa molesta  picazón de libertad de opinión que tanto les había costado aplacar, y en muchos casos lo habían logrado principalmente mediante el uso de la herramienta más adecuada: la hipocresía.

Nuestro personaje, cuyo nombre no he revelado aún ni lo haré porque no hace falta; y esto no es chisme sino meditación compartida; había procreado una legal y legítima descendencia que a su vez, al reproducirse, lo había convertido en un verdadero Patriarca, mientras ellos, troncos secos o con algunos brotes clandestinos, lo envidiaban tal vez secretamente; o se alegraban de no tener a nadie más que a la iglesia; eso según la posición y el talante de cada cual.

Estos habituados (de costumbres y vestimentas) recordaban viejas conversaciones clandestinas, no tanto sobre cuestiones sexuales, sino sobre asuntos de verdadera fe, como por ejemplo aquella vez que discutieron sobre la del Papa (la fe, se entiende... no otra cosa). El Papa no cree en Dios, había asegurado tajantemente el compañero hereje, no podría comportarse así si creyera. Esa aseveración, ruda e implacable, les hizo reaccionar con un rechazo unánime, pero también fue unánime la duda sembrada desde ese momento y para siempre en sus corazones y mentes. Esta duda continuó abonándose con otras variadas y constantes elucubraciones en los límites de lo permitido, o francamente fuera de ellos.

- ¿Por qué piensas que no cree?

- Porque le teme más a la Curia que a Dios.

Por eso lo odiaban. Aunque disfrutaban o sufrían con alguna tranquilidad lo que les deparaba la vida clerical, la presencia del aborrecido individuo los sacaba por completo de ese estado de gracia. Lo consideraban un sucio saboteador, alguien que desde adentro - aunque ya estaba fuera - trataba de destruir la iglesia. Creían que la caridad, la bondad, el amor y otros sentimientos humanos eran asuntos de su exclusiva incumbencia, 

- La caridad puede existir sin religiones pero el fanatismo no.

- Cada iglesia se considera la Única Verdadera, lo cual es un absurdo.

- A la gente la tratan como lo que creen que es: un rebaño.

- Un hombre de principios es más confiable que un hombre de fe.

Este tipo de asertos, dichos acá y allá en sus días de seminarista, eran los que lo delataban como al hereje que era, y tanto va el cántaro a la fuente que al fin se rompe, así, tanto molestaba a los curas y éstos a él que terminó colgando lo que había que colgar y salió a hacer su vida sin tener que dar cuenta a nadie de sus pensamientos. 

Al fin se liberó de los claustros y oratorios pero no de la ojeriza de algunos condiscípulos. Se olvidó de ellos pero ellos no se olvidaron de él. Acechaban una oportunidad para desprestigiarlo.

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El puente - obra del gobierno regional impulsada por la iglesia que vería incrementado el valor de ciertas tierras de su propiedad - había caído estrepitosamente justo cuando le echaban la bendición correspondiente; fue un escándalo... la frágil botella de champán golpeando el duro acero, tal vez mal impulsada por la mano torpe de algún prelado, colgaba intacta de la cinta blanqui-amarilla mientras la mitad de la estructura se desplomaba llevándose de arrastre la otra mitad ante la multitud atónita, ante las cámaras de televisión que trasmitieron en vivo el desastre que aún años después no consiguen explicar.

Felizmente para nuestro amigo el hereje, para no hacer tratos con él y evitar cualquier oportunidad de mostrarlo ante la comunidad, la obra se la habían encargado a otro*. 


*Seguro a un creyente fiel.

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