domingo, 1 de julio de 2018

Ella estaba irreconocible



Este es un caso que juega con esa distracción que a veces invade al hombre y se olvida de dónde está y hasta confunde a las personas con las que habla, aunque se trate de gente muy cercana. No es vejez ni Alzheimer, es pura y simple distracción.
Una hermosa dama (ya dije que todas lo son, pero en este caso hay que precisarlo bien porque es parte esencial de la trama) se encuentra con su poeta favorito y al verlo algo apagado por falta de inspiración, le propone un tema sobre el cual escribir, y muy coqueta pregunta si de la poesía que resulte, ella podrá decir que es suya, que esa poesía es de ella y solo de ella. Por supuesto, dice él; y accede gustoso con una sola condición que al final resulta innecesaria; deslumbrado no solo por la belleza física, que al final dicen que se la comen los gusanos (¡qué envidia!) sino sobre todo por esa personalidad que lo deja cautivado: una seguridad y aplomo revestidos de gracia y delicadeza que lo dejaron fascinado. Creía recordar a alguien así pero no estaba seguro, y como al caballo regalado no se le miran los dientes, a la suerte caída del cielo tampoco se le rebuscan detalles, aceptó gustoso la propuesta:

Escribo lo que quieras y lo pongo a tus pies, claro que sí, dijo el distraído, y compuso lo siguiente:



Una dicha inesperada*


Ella:
- Asi que no tienes tema
para ponerte a escribir,
yo te lo puedo decir
y será un lindo poema
y aunque con algo de pena
permíteme que consulte
y que te tome el apunte,
si escribes la poesía...
¿yo podré decir que es mía
a la gente que pregunte?

Él:
- No sólo la poesía
sino también quien la escribe,
y a dónde ésto derive
para pena o alegría,
yo muy ingrato sería
no saber reconocer
lo que me das con placer,
puedes decir lo que quieras
y contarlo a quien prefieras...
pero nunca a mi mujer.

Ella:
- ¿Qué te pasa mi tesoro
que no me has reconocido?
Te veo tan confundido
mas tus descuidos adoro,
soy yo la que te edulcoro,
soy tu amada y tierna esposa
a la que llamas graciosa,
la que conoce la gente,
a la que miras de frente,
a la que cuentas tus cosas.

Él:
- ¡Pero qué suerte que tengo
que justo ahora aparezcas!
y con tu brillo enceguezcas
a este tu amado borrego,
pero en verdad no lo niego
que diferente te ves,
con ese traje escocés
no te había conocido,
me parece, o has crecido...
¡estás para darte olés!
-ooOoo-


* Esta poesía fue publicada el 11 de Octubre de 2015 bajo el título "Décimas de bienvenida".



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