domingo, 5 de noviembre de 2017

El soneto se queda




¿Para qué escribo? Para esquivar el paso del tiempo, para mí mismo y para mis amigos. Esa es la conclusión a la que he llegado sin mayor dificultad, porque no tengo ninguna otra otra razón para escribir. No iré a profundizar aquí lo que es la amistad, esa palabra que se emplea de diversas maneras, todas válidas, dependiendo del contexto y de la honestidad con que se haga. 
Siempre fui un idealista, tanto que puedo decir que la amistad verdadera es imposible: no tengo ningún amigo que pueda llenar la definición ideal, arquetípica, de lo que es amistad; ni soy yo verdadero amigo de nadie. No nos engañemos: Somos mortales y por lo mismo imperfectos, y la noción de amistad toca la perfección, por lo tanto, conformémonos con lo que tenemos, que si se mira bien, ya es mucho. No necesito más.
Y ¿cómo se puede tener amigos que ni se conocen? preguntará alguien; pues, si ni a los que están cerca los llegamos  a conocer del todo, qué más da no conocer a lo otros. Se puede formar un lazo parecido a la amistad aún a la distancia, incluso a través del tiempo. No seré yo el único que se a sentido identificado y cercano a algún autor distante en el espacio y en el tiempo, esa armonía existe y no estamos muy equivocados si la comparamos con la amistad.
Considero a Dumas uno de mis primeros amigos, y a Borges que me acompañó hasta en las punas, quién no se sintió alguna vez amigo de Becquer, quien no es o fue amigo de Poe. También Vargas Llosa y Arguedas, tan diferentes, son mis amigos. A muchos se los olvida, pero mientras la amistad dura se siente atemporal, eterna. 
Quien hasta aquí llegó, es sin duda un verdadero amigo, aunque yo no lo sepa, poco importa, esta vez con poca gracia pero con ternura, dedico este soneto incompleto, que si no se completó, fue por causa de fuerza mayor como se verá al final del mismo, del soneto. Una pequeña mano que puede mover lo que quiera.


Soneto que se queda




De sonetos ya casi estoy completo,
unos pocos me faltan todavía,
cuando este, tranquilo, componía,
y había redondeado ya un cuarteto

sentí que se esfumaba el alfabeto,
la rima fácil de pronto se escapaba
la sílaba final se complicaba
y en ese instante apareció mi nieto.

Ven abuelo, ven a jugar conmigo,
me toma de la mano y ya me lleva,
y en ese instante se despertó el cariño;

no hay nada que asegurar me atreva,
más valioso que la atención de un niño,
me voy con él y el soneto se queda.
~

1 comentario:

  1. Es cierto, la amistad, asi idealizada no existe, pero si hay muchos grados de amistad, como el amigo que has conocido en la infancia y que hasta ahora te acompaña en las buenas y en las malas, o el amigo que conociste a medio camino y que te demostró con toda intensidad tal aprecio y generosidad, que hasta supera al amigo de la infancia.

    Tu soneto revela la inocencia del nieto y la ternura que los abuelos sentimos por ellos, a tal extremo que nos volvemos niños otra vez, que lindo.

    Fernando Atala

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