- ¡Abuelo!
Es la voz de mi nieto que pronuncia esa
palabra mágica: abuelo. Me hace sentir mejor, más de lo que era
antes, casi un súper hombre... y pensar que al comienzo no soportaba
la idea de ser llamado de esa manera; es que no es lo mismo que
cualquiera te diga abuelo, a que lo haga tu nieto. Es otra cosa.
- ¡Abuelo, vamos a jugar con los incas
y españoles!
Tengo un juego de ajedrez cuyas piezas
representan a ambos bandos de la histórica lucha por la conquista
del antiguo Perú, o del Imperio Incaico para ser más preciso.
Mi nieto tiene siete años, es muy
inteligente y además ha estado recibiendo clases de ajedrez, esto
último lo supe después del segundo Jaque Mate que me hizo en dos
partidas consecutivas. Se supone que el abuelo debe ganar al nieto,
menos mal que tiene un carácter amable y ligero que suaviza la
derrota, además… pensé que su triunfo de alguna manera es también
mío… si es mi nieto, pues, inteligente como su abuelo… no es
necesario profundizar demasiado en el tema. Opté por reivindicarme
logrando alguna hazaña digna de un verdadero abuelo. Cambiar de
escenario se hacía imprescindible.
- Ahora vamos a hacer volar una cometa
¿Quieres?
- ¡Sí, vamos!
Le mostré la cometa que había hecho,
la cual hubiera querido hacer con él pero esos días no vino a casa.
- ¡Qué cometa más extraña!
- ¿Te gusta?
La examinó, como probando su
resistencia y propiedades aerodinámicas. Sus ojos brillaban de
emoción y mi ego se hinchaba disputándole el espacio a la ternura
que me llenaba el corazón… ¡cómo se pone uno con los nietos!...
no se puede creer.
- Sí, me gusta – respondió con esa
sinceridad que sólo los niños tienen.
En menos de diez minutos ya estábamos
cerca del lago, junto al cual hay grandes espacios donde correr y
elevar el barrilete de totora y papel hecho al viejo estilo, con
papel de despacho y la cola de trapos amarrados. No éramos nosotros
los únicos que teníamos una cometa – era agosto y el lugar estaba
lleno de niños con cometas – aunque ninguna comparable a la
nuestra. Eran todas cometas de colores, la mayoría de plástico,
coloridas, tal vez mejores en apariencia, compradas en cualquier
esquina por un precio razonable, lo adivino; pero la gracia de esta
actividad no está sólo en hacer volar la cometa sino en construirla
uno mismo, y mi nieto estaba feliz, por lo menos en
tamaño no cabía duda que ganábamos, tenía casi un metro de
alto. Verme a mí entre niños y señoras me parecía un extraño fenómeno antropológico digno de un estudio más detallado.
- Abuelo... nuestra cometa es
extraña...
- ¿Rústica?
- ¿Qué es rústica?
- Algo así como primitiva... hecha con
materiales simples.
- Si... es rústica. Me gusta.
Ya se habían juntado como veinte
personas alrededor, chicos y no tan chicos, atraídos por el raro
aspecto de nuestra cometa. Mi nieto la sostuvo como le indiqué pero
en pocos segundos mi fabricación de totora se puso a cabecear,
enloquecida por el viento; temí que se estrellara contra el suelo y
se rompiera antes de poder elevarla. Felizmente logramos atraparla.
- Le falta cola – dictaminé
sabihondo, mientras sacaba más trapos de los bolsillos de mi casaca.
Todos miraban atentos, era una novedad
no vista antes por ese público infantil. Anudé unos trapos más a
la cola y repetimos la operación de despegue. Mi nietecito,
emocionado, participaba, y yo con el alma en suspenso rogaba que todo
saliera como tenía que ser.
Al fin la cometa despegó airosa, fue
un éxito, tanto más meritorio porque en los últimos treinta años
no hacía ni volaba una cometa. Él sujetaba el cordel con bastante
destreza, ayudado por mí de vez en cuando, y hasta permitimos a
algunos niños darse el gusto de tenerla por unos momentos, mientras
la diminuta forma del barrilete se dibujaba cada vez más pequeña
contra el cielo azul. Se veía oscura y lejana. Causaba asombro en
los niños.
La concentración de los pequeños en
cualquier asunto no dura mucho, cuando la novedad de la cometa pasó
a segundo plano y mientras yo me encargaba de mantenerla elevada,
tirando o soltando el hilo según las condiciones lo requerían, mi
nieto se alejó, un poco distraído, pero siempre dentro de mi campo
visual, por supuesto, de lo contrario su padre no lo vuelve a dejar
solo conmigo.
En eso andábamos, él explorando y yo
manejando el hilo, cuando lo vi venir rápidamente hacia mí. Traía
algo en la mano.
- Abuelo, mira…
Me alcanzó una billetera negra que yo
tomé en seguida y me dispuse a bajar la cometa para examinarla con
atención. No se veía a nadie que pudiera ser el dueño, algún
hombre buscándola, nada… Una vez recogida la cometa nos dirigimos
a mi automóvil estacionado allí cerca; no quería revisar la
billetera en espacio abierto, quién sabe por qué, es mejor ser
precavido, no sea que alguien estuviera observando y viniera a
reclamar lo que no era suyo. La billetera estaba muy cargada, se
notaba voluminosa y apenas si cerraba.
Me llevé una sorpresa al abrirla. Con
cierto alivio vi que contenía sólo papelitos y cartulinas con
dibujos… nada de dinero ni identificación alguna, mi nieto
observaba y al notar mi desconcierto me la pidió para verla. Se la
di y él procedió a examinarla.
- Es de algún niño – aseguró con
certeza.
- ¡Claro! ¡Cómo no lo pensé antes!
- Tiene dibujos de Cars y varios
transformers de…
Enumeraba nombres de objetos y
personajes para mí desconocidos, pero con una emoción que me hizo
preguntarle si le parecía que el contenido era valioso.
- ¡Sí! ¡Mucho!
- ¿Qué hacemos?
- Vamos a buscar al niño.
- Pero no sabemos cuál es… ¿crees
que podrás hallarlo?
- Sí… debe tener cara de perro
castigado…
- ¿Perro castigado? ¿Por qué?
- Porque perdió sus dibujos, pues…
me aclaró como si se tratara de algo obvio.
Supuse que su comparación se basaría
en alguna asociación de ideas bastante particular, pero me
interesaba más ver qué táctica usaría mi nieto para hallar al
dueño.
Había cambiado el objetivo, ya no
buscábamos un hombre sino un niño; por el tipo de billetera y su
contenido habíamos descartado que se tratara de una niña. Salimos
del auto, el pequeño detective trataba de hallar al propietario.
Iba de niño en niño observando sus
rostros, sin mayor disimulo. Algunas madres – que era lo que más
se veía aparte de los niños – nos miraban intrigadas, mientras
yo, con mi mejor cara de abuelo, saludaba sonriente.
Bajo un árbol estaban sentados algunos
niños, sentados es un decir porque eran tan inquietos que por
momentos se levantaban, se echaban, se movían adoptando formas que
ya quisiera yo para una sesión de yoga.
Claramente se burlaban de uno de ellos
y lo llamaban mentiroso.
- ¡Star Ranger X Uno nadie tiene! -
algo así alcancé a descifrar.
Mientras centraba mi atención en los
chicuelos me distraje un poco de mi nieto, entonces vi sumarse un
niño más al grupo, que con aplomo y seguridad se dirigió a todos.
- ¡Si lo tiene! - Dijo el recién
llegado mientras le alcanzaba alguna cosa al niño que era blanco de
los reclamos.
Me acomodé los anteojos… era mi
nieto que había encontrado al dueño de la billetera: un niño más
o menos de su misma edad, de quien acertadamente se podría decir que
tenía una expresión muy triste, digamos que de... ¿perro
castigado? - Creo que sí - pero ya el rostro se le había iluminado
de alegría al ver el objeto que daba por perdido. Esperé unos
instantes, observando cómo los niños se relacionan de manera
natural y espontánea, con una facilidad que asombra y que nos hace
sentir orgullosos de nuestra condición de gente, de seres humanos.
El mundo sería mucho mejor si no perdiéramos la empatía con los
demás, el poder sentir lo que siente el otro, identificarse con las
penas y las alegrías ajenas. Como los niños. Depende bastante de
nosotros preservarles esas cualidades.
Regresamos a casa, mi nieto estaba
satisfecho por el éxito en su búsqueda y yo admirado de la simple e
inocente grandeza que puede caber en un niño.
FIN
REAL Y HERMOSO, LLEGAR A SER ABUELO ES ALGO INDECRIPTIBLE, ES SENTIRSE NIÑO OTRA VEZ, A PONERSE AL MISMO NIVEL DE ELLOS, JUGAR CON ELLOS, HACERLES BROMAS, VER SUS REACCIONES Y SENTIR ESA INMENSA TERNURA QUE SOLO ELLOS PUEDEN INSPIRAR, DEMOS GRACIAS A DIOS, RICARDO, POR ESE REGALO QUE NOS HA DADO
ResponderBorrarFERNANDO ATALA