domingo, 16 de julio de 2017

La otra viuda

Cuento ingenuamente inverosímil


Capilla ardiente



El muerto yacía en la capilla ardiente. Enormes cirios rodeaban su fastuoso ataúd con impresionantes adornos dorados entre los que sobresalía el escudo familiar. No cabía duda, había sido un hombre poderoso y rico, y como todos (a menos que se invente algo)  debía marcharse de este mundo sin llevar nada. Dejaba una enorme fortuna.
Veamos a los deudos.
Una mujer mayor, aparentemente la ex-esposa, y unos cuantos hombres y mujeres de mediana edad; los hijos. Ninguno llora, se ven más enojados que tristes y si miran hacia donde está el difunto es por causa de una joven de riguroso luto que llora desconsoladamente, aunque con circunspección y recato, muy cerca del féretro. Lo toca y casi lo acaricia con ambas manos. Las lágrimas corren por sus mejillas constantemente, casi no se oye el llanto; a veces suspira y continúa otra vez su doloroso ritual.
Cada una de las lágrimas de esa mujer tiene un desagradable efecto entre los otros familiares del muerto. La odian. Cada gota que resbala por su rostro alimenta más aún el rencor y la amargura que habita en en ellos desde hace cinco años.
La ex esposa recuerda con amargura el trámite del divorcio. Consiguió todo lo que quiso de ese hombre al que quizás alguna vez amó; no recordaba mucho esos tiempos pasados; recordaba lo más reciente: el desorden de su vida y la de sus hijos; la fácil dilapidación de lo recibido... lo cual cancelaba todos los futuros reclamos a los que podría tener derecho. Los hijos estaban en parecida situación... adelánteme la herencia, viejo; había sido la frase más oída por el difunto de parte de ellos, de todos. No se podía hacer ninguna excepción.
Qué velorio más triste era este para toda la familia, y encima sin una herencia que compense tanto dolor, todo por culpa de esa desgraciada que apareció al final de su vida para embaucarlo, para aprovecharse del viejo estúpido... seguro finge el llanto... qué actriz de mala muerte es la maldita prostituta que nos jodió la vida; pero es que el viejo era un idiota, siempre lo fue ¡Qué serpiente astuta! ahora se hace a la muy sufrida la hija de puta; estará feliz... si es ella la que se va a quedar con todo... y lo sabe; maldita la hora en que se apareció por mi vida, o por la vida del pobre imbécil de mi marido, claro, es mi marido, esta zorra muerta de hambre me lo quitó, por qué serán tan imbéciles los hombres, y de viejos se ponen todavía más estúpidos... ¡Cómo no se daba cuenta que esta arpía hija de mil putas solo estaba con él por su dinero, nada más esperando su muerte! seguro tiene un macho escondido por allí, no se lo pude descubrir para joderla pero tiene que haber otro hombre... ¡Dios mío, no permitas que esta ramera se salga con la suya... Dios mío...! lo consiguió... no hay duda... ojalá se muera la maldita antes de disfrutar de un solo centavo del estúpido de mi marido... la odio, lo odio... ¡Que se pudra en el infierno!
La joven viuda abrazó el ataúd; una parte, claro, porque el cajón era enorme; luego se arrodilló y casi besando el piso dejó que sus largos cabellos oscuros se esparcieran un momento sobre el piso. Al levantarse se secó las lágrimas una vez más y ante la mirada atónita y expectante de todos los presentes, se dirigió rectamente hacia la ex mujer y los hijos del que fuera su marido; todos sabían que ella era la última esposa y única heredera. Caminó con paso firme, la cabeza erguida, sus bellos ojos todavía húmedos tenían una mirada de natural nobleza y superioridad sin vestigio de soberbia. Extrajo un sobre de su cartera y se lo extendió a esa que la miraba con odio. Titubeó la mujer madura, insistió la joven y al fin aquella recibió el sobre. La joven se marchó en silencio. Una calma pesada como un plomo cayó sobre el recinto.
El sobre le quemaba las manos a la señora, no pudo contener la curiosidad y lo abrió allí mismo con mal disimulada urgencia: contenía un documento por el cual la legítima esposa y heredera universal del difunto, le cedía totalmente los derechos a la herencia.
No sabemos si la beneficiaria sintió, además de la codiciosa alegría, algún asomo de vergüenza. Tal vez no... eso ya no se usa, solía decir la susodicha en sus charlas entre amigas.
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2 comentarios:

  1. Felicitaciones Ricardo por tu cuento La otra viuda, me gustó y me sorprendió con su final inesperado. Saludos desde Lima.

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  2. En tu narración haces ver el alma humana en toda su dimensión, la envidia, la codicia, el odio, la nobleza de corazón, el amor puro y la generosidad; me gustó, pero yo soy un tipo pegado a la letra, si me dan un encargo lo cumplo contra viento y marea, tal vez sea por mi formación, y si me dejan una herencia, la tomo de cabo a rabo.

    Fernando Atala

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