miércoles, 29 de enero de 2014

REFLEXIÓN ACERCA DE LA MUERTE.

 LA MUERTE*

Quien más, quien menos, todos dejamos un vacío cuando nos vamos de este mundo, ese vacío es lógico que lo sientan más quienes más cercanos estuvieron o se sintieron del ahora ausente. Hay personajes que causan multitudinarias demostraciones de duelo, otros, humildes, no conmueven más que a dos o tres personas y algunos quizás ni éso. Posiblemente en todas las culturas, aunque en mayor o menor medida, estas demostraciones póstumas expresan y determinan la valía del difunto.
¿Pero cómo se mide el dolor en realidad? ¿Cómo ponderamos la ausencia? ¿Con qué instrumentos medimos la pena? ¿Hay algo en ella que pueda o necesite ser medido?
¿Y es realmente el espíritu más valioso el que más dolor deja detrás? ¿No debiéramos alegrarnos de haber recibido algo especialmente excelso y valioso durante su paso entre nosotros?
En concreto no sabemos nada. Pero está la filosofía que algo ayuda.
Ante la muerte no somos nada. Ante su inevitable presencia no tenemos más defensa que la humilde aceptación, la incondicional rendición y la resignada paciencia que son las únicas actitudes coherentes. No hay nada que hacer, y qué bueno que así sea, porque si con la muerte esperándonos a todos, sin excepción, para cegarnos con su implacable guadaña, nivelarnos con su absoluta aplanadora, cubrirnos con su negro manto, si aún así, decía, existe tanta soberbia, tanta injusticia y tanto abuso del fuerte sobre el débil, del astuto sobre el ingenuo, del deshonesto contra el virtuoso... ¡qué sería entonces este mundo sin ella! Ahí sí, definitivamente viviríamos en el infierno. Tal vez por consideraciones parecidas es que se tributa a la muerte tantas ofrendas y de alguna manera, a pesar de todo, alguna moderación produce en este mundo. Pensándolo bien: nada hay más grande que ella.
Qué nos queda.

* Fragmento de las memorias que estoy escribiendo sobre mi padre, en este año que corresponde al centenario de su nacimiento.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario