-
Te vi pasar... qué cosa tan bonita.
- Oiga usted... ¿por qué me dice "cosa"?
-
No se enoje, mi linda y dulce moza,
hablaba de su gracia, señorita.
-
Me cansaron los machistas fastidiosos
que
pretenden con esas frasecitas
de
lindita, cosita y ricurita,
disimular
su ser libidinoso.
-
Pero a mí me parece escandaloso
que
sólo por mi frase se alborote.
-
Será porque estoy hasta el escote
de
tanto mequetrefe resbaloso.
-
Pero cómo llegamos al extremo
de
ser juzgados de tan vil manera.
-
No crea que estoy con la mamadera
y
la cara de baboso no le veo.
- Acepto lo que dice de mi cara,
pero
yo no le falté el respeto.
- Yo soy dama, si quiero le espeto
lo
que me parece y me da la gana.
-
¿Por qué tan nerviosa, guapa señorita?
yo
sólo le ofrezco buena compañía.
- Mire caballero, eso es cosa mía,
sepa
que prefiero caminar solita.
~
o ~
Algo
no funciona en este coloquio,
parece ficticio, como que no encaja;
parece ficticio, como que no encaja;
porque
muchas veces, aunque se trabaja,
algo
se consigue tras el circunloquio.
Pero
en este caso la moza no quiere
tener
que ver nada con el afanoso,
puede
que por feo, o tal vez canoso,
porque
no es así que ella lo prefiere.
~ o ~
Él
se dio la vuelta... ella se detuvo,
quien
sabe entendió que su grosería
fue mucho más lejos de lo que debía,
fue mucho más lejos de lo que debía,
y
quiso llamarlo, pero se contuvo.
Tal vez por algún detalle impreciso
los
dos se miraron de mejor manera,
él
se aproximó de nuevo a la acera
y
le dijo así, directo y conciso:
- Déjeme
empezar con más elegancia
si
no le gustó mi piropo al paso,
le
aseguro a usted que no me propaso
y
de parte suya pido tolerancia.
Ella
sonrió, él le ofreció el brazo,
se
les vio alejarse por la callejuela
como
personajes de alguna novela,
y
más adelante los juntó un abrazo.
~
o ~
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