POETAS INVITADOS: Pedro Calderón de la Barca.

Monumento a Calderón de la Barca - Madrid.

Hoy me reencontré con Don Pedro Calderón de la Barca (1600 - 1681) que a pesar de haber fallecido, sabemos que es inmortal y está siempre cerca de quien quiera escucharlo con los ojos (Como decía su paisano el gran Francisco de Quevedo). Aunque viajó mucho, nació y murió en Madrid. Al pequeño Pedro lo mandaron a la escuela a los 5 años, y como era muy buen alumno, lo metieron a estudiar para cura porque su abuela tenía reservada una capellanía para alguien de la familia que decidiera ser sacerdote y a su padre le pareció que era una buena oportunidad para su hijo, sin importar minucias como vocación, carácter y demás insignificancias. Así es que estudió gramática, latín, griego, y teología. Más tarde abandonó la carrera religiosa y se hizo militar; ¡qué bueno! no tanto que fuera militar sino que hiciera de su vida lo que a él le parecía, porque éso de decidir el destino ajeno es  un  abuso de autoridad. Por ese tiempo fue pendenciero y jugador, actividades que de alguna manera también enriquecen a la persona, por muy discutible que parezca.

De chico perdió a su madre, y su padre se volvió a casar, lo que más tarde trajo problemas, especialmente con el tema de la herencia; tal vez de allí viene esa habilidad para presentar historias de conflictos entre padre e hijo, como en el caso de Segismundo.
En "La vida es sueño" hay dos monólogos muy interesantes, famosos y de perenne significado filosófico, en el primero, que es el que he copiado más abajo, Segismundo se lamenta de su inxplicable suerte de prisionero, de la triste condición que él, con razón, juzga peor que todas las demás.
En el segundo monólogo (que no he copiado esta vez, tal vez lo haga mañana si alguien lee ésto) compara magistralmente la vida con los sueños, fundamentando así el nombre de la obra.
Aquí vemos a Segismundo, solo y encerrado, hablando para sí mismo sin saber que es oído por alguien, su poético y filosófico lamento es éste:

Segismundo:

¡Ay mísero de mí, ¡ay infelice!
Apurar, cielos, pretendo,
Ya que me tratáis así,
qué delito cometí
contra vosotros naciendo.
Aunque si nací, ya entiendo
qué delito he cometido;
bastante causa ha tenido
vuestra justicia y rigor,
Pues el delito mayor
del hombre es haber nacido.

Sólo quisiera saber
para apurar mis desvelos
(dejando a una parte, cielos,
el delito del nacer),
¿qué más os pude ofender,
para castigarme más?
¿No nacieron los demás?
Pues si los demás nacieron,
¿qué privilegios tuvieron
que no yo gocé jamás?

Nace el ave, y con las galas
que le dan belleza suma,
apenas es flor de pluma,
o ramillete con alas,
cuando las etéreas salas
corta con velocidad,
negándose a la piedad
del nido que deja en calma;
¿y teniendo yo más alma,
tengo menos libertad?

Nace el bruto, y con la piel
que dibujan manchas bellas,
apenas signo es de estrellas
(gracias al docto pincel),
cuando, atrevido y cruel,
la humana necesidad
le enseña a tener crueldad,
monstruo de su laberinto;
¿y yo, con mejor instinto,
tengo menos libertad?

Nace el pez, que no respira,
aborto de ovas y lamas,
y apenas bajel de escamas
sobre las ondas se mira,
cuando a todas partes gira,
midiendo la inmensidad
de tanta capacidad
como le da el centro frío;
¿y yo, con más albedrío,
tengo menos libertad?

Nace el arroyo, culebra
que entre flores se desata,
y apenas, sierpe de plata,
entre las flores se quiebra,
cuando músico celebra
de los cielos la piedad
que le dan la majestad
del campo abierto a su huida;
¿y teniendo yo más vida,
tengo menos libertad?

En llegando a esta pasión,
un volcán, un Etna hecho,
quisiera arrancar del pecho
pedazos del corazón.
¿Qué ley, justicia ó razón
negar a los hombres sabe
privilegio tan suave
excepción tan principal,
que Dios le ha dado a un cristal,
  a un pez, a un bruto y a un ave?
~ o ~