domingo, 9 de mayo de 2021

Quién sabe, señor.

 Más de José Santos Chocano.

Peruanos autóctonos de la sierra


Recuerdo que en ciertas escuelas, no sé si en todas, se le daba más importancia a José Santos Chocano que a otros escritores indigenistas, como José María Arguedas, seguramente porque la visión del primero encajaba mejor con lo que se nos quería inculcar.

 Sigamos con Chocano y la lógica derivación del anterior artículo acerca de él.

En esa publicación quedó "picando" el tema de la famosa poesía QUIEN SABE, y me preguntaba por qué pedirle al indio tantas cosas, se entiende que como recurso poético está más que justificado, pero no deja de tener una cierta dosis de conchudez, y me planteaba qué pasaría en el caso inverso.

Estuve releyendo los poemas de José Santos Chocano, y me sorprendió el cambio experimentado en mí mismo, que atribuyo no sólo a mi mayor edad sino también a lo que aconteció en estos tiempos.

Llegué al que se titula "QUIEN SABE" y se me ocurrió algo que no había pensado cuando era niño al leer o escuchar esa poesía por primera vez. Como bien se entiende de la letra del poema, se trata de un hombre blanco, con innegable influencia europea occidental, que pasa delante de la choza humilde de un "indio" peruano y se hace retóricas preguntas, a sí mismo, aunque dirigidas al indígena que nos presenta como pobre y humilde. Es muy interesante lo que piensa Don José Santos Chocano, no lo discuto, lo admiro y me alegra que nos haya enriquecido pensado lo que pensó, pero... ¿Qué pasaría si la situación fuera al revés? Si fuera el indio el que pasa por la residencia del blanco, en la ciudad, y tiene la ocurrencia de pedirle exactamente lo mismo que el blanco, sin pena ni consideración, le solicitó al pobre indio, ésto es: agua, abrigo, comida, un lugar para descansar y quietud para que el descanso aproveche mejor. Convengamos que no es poco lo que va a pedir.

Y en estos días de alarmante delincuencia, de desconfianza, de cercos eléctricos con alarmas y sirenas, de odios políticos y de clase, de discriminación y sobre todo de egoísmo; que un indio pida al blanco, en su propia casa, lo que éste antes pensó pedir al indio en su humilde choza; me lleva a componer (tal vez deba decir descomponer) lo inverso al poema de Chocano. Él lo tituló QUIEN SABE, al mio, como podrán explicarse cuando lo lean, lo he titulado ¡QUÉ PREGUNTA, MI SEÑOR! en el sentido que hay preguntas que ni siquiera necesitan ser formuladas, como las últimas del poema.

Es tanta la semejanza y la correlación entre los dos, que hasta he dejado algunos versos sin modificar, tal es la identidad especular que presentan ambas visiones del mencionado encuentro de dos culturas (excluyo por ahora a las demás) que vivieron y viven aún en conflicto sobre el mismo suelo, aunque la mejor parte de ese suelo casi siempre es usufructuada sólo por una de las partes. De allí el conflicto.

El blanco compone su poesía en el tranquilo ambiente rural de los años veinte del siglo pasado, en completa seguridad y con la certeza que será respetado y bien tratado por el otro; pero luego, el mismo blanco, en la ciudad violenta, dentro de la inexpugnable seguridad de su “mansión”, para usar el mismo término que tal vez con algún sarcasmo o exceso de lírica utilizó el poeta para referirse a la choza del indio; se comporta de muy distinta manera.

Seamos justos, el poema de Chocano no nos dice bien cuál es la reacción del indio, si da, si tiene, si recibe al inesperado huésped; cuestión que posiblemente ni le interesa al autor; en cambio, en mi poema, no hay duda de que el pobre visitante no es bien recibido en la casa del otro, que de ninguna manera accede a dar nada al pedigüeño y más bien lo impele a largarse de allí lo más rápido posible.

Veamos en qué se parecen y en qué se diferencian los poemas; no ignoro que el mío refleja una de las peores facetas del ser humano, lo he hecho así justamente para llamar la atención sobre lo feo, sobre lo que esperamos que termine, y nadie con honestidad podrá negar que existe ahora mismo.
Para que sea más fácil el cotejo, los poemas están puestos uno al lado del otro:


No sabemos qué tiene que pasar para que el destino nos acerque siquiera un paso hacia el ideal de nación que queremos, pero sí sabemos que vivimos tiempos cruciales.


- Quien sabe, Señor... o ¡Qué pregunta, mi señor!


También está la primera versión de mi poema, la que me salió espontáneamente y que luego corregí por considerarla grosera. Viéndola ahora, me parece que sería injusto que se pierda, es esta:


¡PASA PASA,  ESTÁS HUEVÓN!

Señor que descansa en la terraza
de su magnífica mansión
Para mi sed no tiene agua
Pa mi frío, cobertor
algún pancito pa mi hambre
Para mi sueño un rincón
Un descanso pa mi andanza
-¡Pasa, pasa! ¿¡Estas huevón!?

Señor que estás de barriga
calato y sin pantalón
y al lado de tu piscina
descansas de tu labor
¿Sabes que esta era mi tierra
Y que alguien me la quitó?
¿Sabías que soy el amo?
-¡Pasa pasa, estás huevón!

Señor de frente bronceada
y dorada por el sol,
qué pensamiento me escondes
En tu severa expresión
Por qué con sorna me miras
Por que me llamas huevón
Por que me sueltas al perro
-¡Fuera, fuera, so huevón!

Oh raza nueva y ambiciosa
de impenetrable corazón
que gozas de tu alegría
pero ignoras mi dolor
fui grande como los andes
El océano y el sol
y tu gesto me parece
de burla y mala intención
despectiva indiferencia
de orgulloso y mal patrón

está mi sangre en tus venas
y si por tal sangre, Dios
te pregunta qué prefieres
ser peruano o ser sajón
ser cholo o ser extranjero
ser empleado o ser patrón
responderías diciendo
-¡Pues qué va a ser... ni huevón!
~



1 comentario:

  1. A José María Arguedas, lo comprendemos bien los que hemos nacido en el Perú profundo, no creo que un costeño lo pueda comprender, y José Santos Chocano no lo creo tampoco, con todo el respeto que se merece.

    Es cierto que en la época de la conquista fueron saqueados, talvez por su mismas creencias o supersticiones, (Los Comentarios Reales de los Incas de Garcilaso de la Vega), pero ya calmadas las aguas, los indios que he tratado y hasta convivido con ellos, tenían tierras cultivadas en las haciendas de los patrones y no sufrían privaciones; hablar de las desigualdades actuales es muy complejo.

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