domingo, 28 de marzo de 2021

Discutir en redes


Conversaciones amenas, a veces no tanto


Se dice que hay dos temas de los que es mejor no discutir: Política y Religión. Esto es así porque en ambos casos solemos tener opiniones preconcebidas muy difíciles de modificar durante un intercambio de ideas que suele ser breve y bastante limitado; además, cuando los interlocutores no han sido elegidos, sino que surgen de improviso por donde menos se espera, es frecuente encontrar que los dialogantes no tienen la misma erudición sobre el tema, a veces ni escasa idea del mismo, y para agravar las cosas ni siquiera le dan el mismo sentido o significado a los términos empleados; todo este cóctel insano hace que muchos diálogos acaben de mala manera y sean fuente de resentimiento y desconfianza.

Sin embargo, sin contar el fútbol que me es ajeno, son estos dos temas los que más pasiones avivan, los que más deseos despiertan de ser discutidos, y de allí precisamente el consejo que siempre oímos y no siempre seguimos: De política y Religión, es mejor no discutir.

A veces, como cuando se produce una perfecta alineación planetaria, uno encuentra alguien con quien conversar de estos asuntos, y no me refiero a uno que piense igual, no; eso no es lo más importante, sino que coincida en el enfoque que se le ha de dar a la conversación. No necesariamente debe ser un librepensador, puede ser incluso alguien que opina lo contrario que su interlocutor. Imagínense una conversación entre un ateo y un creyente; entre un socialista y un capitalista, pero sin cegueras ideológicas, dispuestos ambos a escuchar y sopesar los argumentos del otro, para lo cual solo se requiere una simple condición además de la honestidad intelectual: se requiere que haya argumentos y que se conozca el significado de los términos empleados.

Quien tuvo la suerte de vivir momentos así, comprenderá lo valiosos que son. Tertulias inteligentes e ingeniosas, ideas sorprendentes que desafían dogmas y convencionalismos. Ver flaquear las propias convicciones sin sentir rencor hacia el otro, sino más bien una especie de agradecida admiración por la novedosa duda sembrada. Eso, que sin falsa modestia puedo decir que he llegado a rozar siquiera con escasas y contadas personas, ya valen lo vivido, lo leído y lo pensado.

- Ajá... ¡en el facebook!

- No mi estimado, allí no...

Es más bien allí donde se siente la enorme falta de empatía, la procaz intención de ofender, el odioso resentimiento del insatisfecho y sobre todo la obtusa ignorancia de personas que no saben siquiera lo que es pensar o hablar, que no saben de qué están tratando pero que con un meme (bueno o malo, no importa) o con un escrito ajeno que nunca verifican porque ni saben cómo hacerlo, creen estar dando un perspicaz jaque mate al ocasional contendiente, que puede ser de su propia especie, índole o calaña, o de otra formación, o lo que sea. Confiados en esas estocadas mortales que creen que dan, no reparan en contemplación alguna, se sienten implacables y demoledores, pertrechados en la enorme temeridad de su ignorancia.

No quiero parecer ingrato con las redes sociales, en este caso con Facebook, que tantas satisfacciones me ha dado y me sigue dando, donde a pesar de sus censuras y sesgos, mucho todavía podemos hacer. Ese asunto de la censura parcializada (que existe y muchos hemos padecido) merece mi más enérgico repudio, pero no es ese el tema que estoy tratando ahora, sino el comportamiento de quienes lo usamos. 

Una de las mejores cosas que tiene el Facebook, es que las personas, quiéranlo o no, se escondan como se escondan, siempre se muestran tal como son ante el que sabe mirarlas. Eso me ha dado, como a muchos, satisfacciones y decepciones; he visto feas caras detrás de bellos rostros y viceversa. He visto resentimientos, he visto dolor y frustraciones, he visto falsas alegrías y también, varias veces, algunas genuinas.

He conocido a personas desconocidas  y he desconocido a personas conocidas. Pero debo aceptar, humildemente, que ha sucedido en una medida muy superior a mi capacidad para manejar tanta información, emociones y sentimientos referentes a tantas personas, demasiadas, no son sencillas de ordenar. Siempre fui de tener pocos amigos (en el buen sentido de la expresión, si es que lo tiene) porque siento que la amistad es un sentimiento sublime que se democratiza en la vida real hasta convertirse o confundirse en lo que llamamos "conocidos", no por eso menos respetables ni menos merecedores de nuestro afecto. Tener miles de amigos, o cientos, o siquiera algunas decenas de ellos, es algo que no sé manejar. No sé cómo otros lo hacen, si es que lo hacen. 

No quiero preguntar qué verán en mí, que prefiero escribir y pocas veces compartir lo de otros; aunque me gustaría ser bien visto, tampoco me desvela mucho la opinión que los demás tengan de mí.

Son otras cosas las que me desvelan.

~


Soneto recoleto


Son los ateos que hablan de Dios,

los socialistas de la riqueza,

capitalistas, de la pobreza,

y hasta los mancos de los yoyós...


Tuberculosos, hablen de tos;

el inquilino... pues de alquileres,

el mujeriego de las mujeres,

y los gemelos, que hablen de a dos.


Sabe de furcias el religioso

y de las vírgenes el seglar

¿Cuál de los dos será el más mañoso?


¿Ese que calla por no insultar?

¿y el que te odia aunque afectuoso?

Cuidado, alguno nos va a cagar.

~


2 comentarios:

  1. A propósito de lo que dices de los "amigos de Facebook", y de las discrepancias políticas que es natural que hayan, NO BUSQUES DIAMANTES EN LA BASURA, QUE SOLO VAS A ENCONTRAR VIDRIOS ROTOS".

    Te sugiero que en tu blog, manifiestes tus preferencias políticas de manera más mesurada y que no llegues a la burla de tus adversarios, salvo que llegues a una discusión franca.

    Fernando Atala Schaefer

    ResponderBorrar
  2. Muy buen consejo, y aunque no busco diamantes, me basta con creer que hay algunos. Sobre los adversarios no sé cuáles serían, que yo sepa, no tengo adversarios.

    ResponderBorrar