domingo, 22 de noviembre de 2015

Una mujer difícil



Conocí a una señorita, tal vez hoy señora, cuya identidad no es necesario revelar, pero quien sabe al leer estas líneas se reconozca en ellas...

- Oiga... Usted no es de confiar ¿va a narrar sus intimidades? 

- ¡Ja! Éso quisiera usted... no, el propósito es otro.

Tuvo varios pretendientes, no diré muchos para que ningún mal pensado la catalogue en el nivel de vivarracha, lo que no tendría nada de malo pero mejor cuidemos las palabras. No encontró ninguno de su gusto, a pesar de haber atraído con sus encantos a caballeros de elevada posición intelectual, moral y profesional. Se puede decir que tenía el límite de exigencia o de expectativas bastante corrido hacia el nivel difícil del espectro. Éso creían todos.
Algunos llegaron a pensar que era mala, mala de maldad, como suelen ser las mujeres cuando están más que buenas; lo cual era el caso pero sólo en la segunda parte de la ecuación, porque... cómo la puedo llamar para que no se sepa... ¡Ya sé! Esmeralda, nombre más ficticio que ése no se me ocurre en este momento; decía que Esmeralda estaba buenísima por donde se la viera, hasta desde un helicóptero, lo cual ya es mucho decir porque ése suele ser el lado menos interesante de las mujeres, pero Esmeralda tenía lo que hay que tener y un poco más, sin exagerar pero sí como para hacer temblar a un paralítico...

- Disculpe usted, pero muchos paralíticos tiemblan.

- Es que han visto a Esmeralda, y no me discuta.

Maldad tampoco tenía, y a pesar de los atributos que la naturaleza le había dado con tal generosidad no había desarrollado la exagerada auto estima que podría haberla hecho menos encantadora. Resumiendo, era y estaba buena.

Un día, paseando por la orilla del mar, o del río o de la laguna... para que menos todavía adivinen dónde, un tipo de aspecto cercano a lo insignificante se cruza en el camino de la exuberante belleza. Tanta hermosura junta lo asusta pero no lo anula.

- Buenas tardes, señorita - se atreve a hablarle.

Ella lo mira, lo cual ya es mucho, intrigada precisamente por el hecho de que tan simple individuo se haya atrevido a tanto.
Mediana edad, medio pelado, delgado tirando para flaco, tal vez de su misma altura pero siendo éste del sexo masculino y sin mayores atributos físicos, daba la impresión de ser más bajo que ella. No iba mal vestido y tenía cierto aire de distinción pero no como para llamar la atención por éso, había que observar bastante para llegar a esa conclusión y no sabemos hasta qué punto la bella mujer notó esa semi oculta cualidad.
Por un breve instante ella lo observó y siguió su camino.
A dónde iba Esmeralda, no importa; a dónde iba el esmirriado, importa menos aún. Tal vez no iba a ninguna parte o se olvidó de su destino, porque dio la vuelta y caminó tras ella. Pobre... para qué...
Esmeralda era hermosa por donde se la mire, ya lo dije, pero la retaguardia no era para que cualquiera la pudiera ver sin algún tipo de protección o prevención. El tipo; al que no quiero ponerle nombre ni siquiera ficticio porque se me puede morir mientras voy pensando en alguno que le cuadre; al borde del pre-infarto iba tras ella tironeado por sus propios ojos que no lo dejaban mirar nada fuera del área localizada en la parte que ya se sabe, y era tal el contraste de la bella redondez con la fineza de la cintura que el pobre susodicho ya no sabía ni quién era ni qué hacía en este mundo aparte de mirar aquello.
Esmeralda, que vestía un traje de finísima textura con el que la brisa se entretenía en mostrar sus encantos de las más variadas formas y combinaciones, se detuvo; él se detuvo también.
Esmeralda se sentó solitaria en un banco de madera debajo de un mango, un durazno o un nogal, para que no adivinen cual. El hombre quiso morirse al no saber qué hacer; se le ocurrieron tres opciones aparte del suicidio:
1 - Pasar por delante de ella como un pelotudo sin mirarla. (Recordemos que ella no había contestado a su saludo)
2 - Dar media vuelta e irse a la misma parte donde van muchos.
3 - Sentarse junto a la escultural mujer que al menos por el momento estaba sola.

- ¡No puede estar sola, pelotudo! - Le gritaba una voz interior - ¿No ves semejante mujerón? ¡Viene su novio o su marido y te mata!

A una mujer de ésas no se le puede dejar sola - pensó el fulano enfocando ahora las piernas de la gacela en reposo que habían quedado expuestas de tal manera que terminaron con su libre albedrío - que digan que aquí murió pero no que aquí corrió. Y optando por la tercera posibilidad, se acercó lo más naturalmente que pudo y se sentó al lado de Esmeralda. Ella no sintió molestia alguna, menos aún temor... me contó más adelante que sintió pena y algo de curiosidad mezclada con una pizca de vergüenza de ser vista con ese individuo.

- Linda tarde, señorita, pero ante su presencia ya la vemos morir de envidia.

Poca cosa, encima cursi, cosas parecidas se las habían dicho mil veces, debería sentirse fastidiada, pero la voz del tipo la sorprendió de una extraña manera. No sabía explicar bien qué tenía de especial, si el timbre, el acento, la calma al hablar o tal vez cierta seguridad y aplomo que contrastaban con su apariencia general, o quien sabe si simplemente era que sonaba sincero, tanto que podía ser mentira, y éso la puso en guardia.

- Este banco está ocupado, señor - le dijo lo más seria que pudo.

- Sí señorita, está ocupado por un ángel y una sombra; la sombra no la olvidará nunca, pero usted tampoco podrá olvidarme. Dígame por favor cuál es su nombre.

- Esmeralda - respondió ella, sin saber por qué le decía su nombre a un extraño.

Los dos sintieron lo mismo: que algo tenían que ver uno con el otro, pero que la relación sería imposible. Ella por no poder bajar a las llanuras, él por temor a no alcanzar las alturas requeridas. Ya no eran tan jóvenes como para soñar o llorar juntos, ya no eran tontos... sabían muchas cosas de la vida.

- Solamente quería oír su voz, Esmeralda, para tenerla completa en la memoria; que la vida la colme de bendiciones - dijo el hombre y levantándose tal vez tristemente, se marchó.

- Gracias - alcanzó a decir ella - y sintió que era el deseo más puro y desinteresado que había oído en su vida... gracias, estaba segura que él la oyó y éso le dio alguna sensación de haber sido justa y buena con ese extraño, al que jamás volvió a ver pero que como bien él dijo, tampoco olvidó nunca.

Es un simple cuento sin argumento ni acción, sin principio ni final concreto, ella misma me lo contó, hace tiempo, cuando yo también soñé con ella y como los otros no conseguí conmover su inapelable temperamento, porque no creo que exista alguien que conociéndola no se haya ilusionado y soñado con su hermosura; y no sé ni por qué ni para qué lo he escrito.
Creo que tiene algo de mágico, y no quiero que se pierda. Nada más.


Desde lejos 

 


Una señorita muy fina y hermosa
es tal su belleza que me ha deslumbrado
y por su semblante ya la he calibrado
no es para mandarse a hacer cualquier cosa;

se sabe que a muchos rechazó sin pena
ya fueran cercanos o a veces distantes,
los había humildes, sinceros, pedantes,
le hablaron de muchos y variados temas.

Hasta aquella casa con prudencia llego
ya que por lo menos conozco a su hermano,
la moza me gusta y como soy terco

aunque a mí me mande a lo más lejano
una vez al menos a ella me acerco,
a buscar el cielo rozando sus manos.

~
Todo lo imagino, nos separa el tiempo,
acumulo años, varios más que ella
aunque no lo quiera me dejaron huellas
y nos encontramos los dos a destiempo

pero ciertas cosas a veces se saben
y hasta hubo quien le auguró un castigo
mas de lo contrario he sido testigo
que mayores dichas en ella no caben

hay quien ve tristeza en quedarse solo
no tener con quien compartir la vida
o sólo cumplir ciertos protocolos

esa misma gente a veces se olvida
 que mucho peor es fingirlo todo
en una existencia que es falsa y mentida.
~

2 comentarios:

  1. Me parece que si tiene algo de magico, me gusto el estilo, felicitaciones Ricardo.

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  2. Cada vez que te leo, lo hago, inconcientemente con una sonrisa en los labios, porque se que por ahí voy a encontrar algo de fina picardía, y así fue. Como quisiera tener a Esmeralda y contemplar la encantadora belleza que has plantado en mi imaginación, y así evitarle la soledad que pintas.
    Muy buena Ricardo.

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