LA MUERTE*
¿Pero cómo se
mide el dolor en realidad? ¿Cómo ponderamos la ausencia? ¿Con qué
instrumentos medimos la pena? ¿Hay algo en ella que pueda o necesite
ser medido?
¿Y es realmente
el espíritu más valioso el que más dolor deja detrás? ¿No
debiéramos alegrarnos de haber recibido algo especialmente excelso y
valioso durante su paso entre nosotros?
En concreto no
sabemos nada. Pero está la filosofía que algo ayuda.
Ante la muerte no
somos nada. Ante su inevitable presencia no tenemos más defensa que
la humilde aceptación, la incondicional rendición y la resignada
paciencia que son las únicas actitudes coherentes. No hay nada que
hacer, y qué bueno que así sea, porque si con la muerte
esperándonos a todos, sin excepción, para cegarnos con su
implacable guadaña, nivelarnos con su absoluta aplanadora, cubrirnos
con su negro manto, si aún así, decía, existe tanta soberbia,
tanta injusticia y tanto abuso del fuerte sobre el débil, del astuto
sobre el ingenuo, del deshonesto contra el virtuoso... ¡qué sería
entonces este mundo sin ella! Ahí sí, definitivamente viviríamos
en el infierno. Tal vez por consideraciones parecidas es que se
tributa a la muerte tantas ofrendas y de alguna manera, a pesar de
todo, alguna moderación produce en este mundo. Pensándolo bien:
nada hay más grande que ella.
Qué nos queda.
* Fragmento de las memorias sobre mi padre. Esta entrada fue publicada el 29 de Enero de 2014, no sé cómo se movió aquí, y la dejo por si alguien quiere leerla ahora.
* Fragmento de las memorias sobre mi padre. Esta entrada fue publicada el 29 de Enero de 2014, no sé cómo se movió aquí, y la dejo por si alguien quiere leerla ahora.
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