martes, 30 de septiembre de 2014

La tierra hueca y el Chupacabras

  Roce tangencial entre la Teoría de la Tierra Hueca y la historia de un personaje llamado Chupacabras

 

 

El Chupacabras


Extraña vida la de un personaje de quien no se conoce ni el nombre pero que nadie duda que existió, dejó recuerdos y anécdotas aquí y allá, historias con testigos que aún viven, y hasta hace poco, amigos y compañeros de correrías aparecían de vez en cuando para enriquecer la memoria de ese original bandolero. Llamémoslo entonces como lo llamaban sus contemporáneos: El Chupacabras. Y no es que fuera feo o contrahecho, parece que más bien era de físico agraciado y tenía un agradable y hasta cautivador carácter, pero las ocurrencias de la gente son así, a veces se basan en hechos minúsculos o pueden ser del todo contrarias a lo que se quiere expresar.
La leyenda del chupacabras, como un mitológico animal que se dedicaba a atacar al ganado en medio del silencio y la oscuridad de la noche, sugirieron ese apodo para este personaje, posiblemente por la dificultad que tenían en encontrarlo quienes procuraban ponerle las manos encima, y él terminó por gustar del apelativo y sentirse más que cómodo con ese generalizado desconocimiento de su nombre y de su persona. Como él mismo decía, según cuentan:

    - ¡Para la vida de mierda que he tenido... mejor que no se sepa nada!

No se conoce con exactitud el lugar ni la fecha de su nacimiento, pero se cree que nació en las primeras décadas del siglo pasado en algún país del llamado tercer mundo, porque de esa manera se explica con cierta aproximación su posterior destino.
Posiblemente huérfano o expósito, nunca se le conoció ningún pariente, y no se puede estar seguro que esa pobre familia disfuncional con la que creció fuera la suya. De su aspecto físico nos llegan datos contradictorios, siendo que algunos informes lo presentan moreno y achinado y otros dicen que era blanco pero bastante renegrido por las muchas horas pasadas a la intemperie, ya que prefería los montes y las oquedades naturales para pasar las noches, le gustaba vivir lo más cerca de la naturaleza; como un animal, decían quienes pretendían denigrarlo; como un dios Pan, un espíritu de los montes o un hombre que se entendía perfectamente con la tierra, decían sus seguidores y sus muchos agradecidos beneficiarios.
No constan estudios primarios ni secundarios, aunque algunas anécdotas sugieren que alguna vez frecuentó una institución educativa, pero bien podría tratarse de una confusión en cuanto a la persona o en lo que hace al carácter del instituto, que igualmente podría haber sido un reformatorio de menores.
Porque de su desgraciada vida se cuentan mil vicisitudes que a veces parecen exageradas porque difícilmente podrían sucederle tantas cosas, buenas o malas, a un solo individuo. Como que no entran tantas historias en una sola vida. Sucede que la gente, por no quedar corta en conversaciones que suelen ser regadas con abundantes bebidas pseudo estimulantes1, terminan adjudicando cualquier cosa a cualquier personaje, y de esta manera el Chupacabras teórico, idealizado y sublimado, quizás al final termina superando en mucho al sujeto que inspiró tal personaje.
Algunos le atribuyen preocupaciones sociales desde su tierna
infancia, lo que es a todas luces ficticio porque esas aptitudes no se dan en el ser humano a la edad en que esos biógrafos pretenden adornarlo con tan sublimes cualidades, más bien hay quienes sugieren que demostró rasgos de un marcado egoísmo, producto seguramente de la excesiva necesidad y carencias no satisfechas que menudearon en su niñez.
Si después robaba a los ricos para repartir a los pobres lo robado, cual humilde Robin Hood de los barrios marginados de las urbes subdesarrolladas, es por lo menos discutible, ya que esa destartalada bicicleta que dio una vez a un pobre lisiado, difícilmente podría haberle sido de alguna utilidad, y más bien, tras el desgraciado accidente sufrido por el beneficiario de tan inoportuno obsequio, podemos sospechar hasta de la existencia de cierta maldad como motivación primaria de la donación. El pobre desgraciado nunca consiguió mantener el equilibrio sobre el biciclo, y siendo que padecía, además de la notoria falta de una extremidad inferior, periódicos y súbitos ataques de epilepsia, lo menos indicado para él era esa innecesaria dádiva. Pero lo que más le gustaba, según cuentan los que dicen saberlo, era regalar animales vivos, lo que hubiera: pollos, vacas, cabras, cerdos... tenía una aptitud especial para localizar cargas de ese tipo o invadir directamente alguna granja o hacienda medio descuidada. Quien sabe si por ese gusto le venía más o menos el apodo mencionado... puede ser.
Las armas de todo tipo que disfrutaba repartiendo a manos llenas a los más pobres entre los pobres después de sus famosos asaltos a las modestas comisarías de la zona, eran como mínimo una manera de invitarlos a delinquir, y según opinan sus detractores, nunca fue una buena influencia para las comunidades con las que compartió esas experiencias. Variados derramamientos de sangre y algunas condenas a muerte y cadenas perpetuas impuestas a desorientados delincuentes tuvieron su origen en esos impulsos de bárbara generosidad. Y no parecían importarle demasiado las penas que causaba con esas acciones. Que cada cual vea cómo se acomoda, solía decir. No tenía blando el corazón ni lo estorbaban muchos remilgos al Chupacabras
La provisión de vacas y otros espécimenes que luego eran sacrificados entre orgías de sangre y alaridos demoníacos, tanto humanos como animales, en medio de inesperados y espasmódicos disturbios, es posible que no fueran motivados solamente por el afán de proporcionar alimento a la población necesitada, porque según cuentan, el placer que sentía nuestro personaje parecía centrarse más en el degüello y el descuartizamiento de las aterradas víctimas que en el reparto y la posterior preparación de la carne, en fantasmagóricas fogatas en los cerros de los alrededores.

La razón de esas frecuentes hogueras, que iluminaban la noche con su cálida luz y se divisaban lejanas desde los barrios más nobles de la ciudad no eran ningún misterio para nadie, menos para las autoridades y guardianes del orden, aunque sólo una vez se atrevieron éstos a irrumpir en uno de esos prehistóricos festines con la intención de capturar al cabecilla. Se encontraron con una horda de muertos de hambre imposible de controlar, que se jugaban la vida como si tal cosa, que conocían los recovecos de la confusa geografía mejor que nadie y sacaban enorme ventaja de ello, se sabe que hubo muertos entre los zarrapastrosos combatientes y que algunos custodios de la ley desaparecieron para siempre... hay quien dice que se unieron a los desheredados, porque nunca se encontraron los cuerpos, pero también hay quien afirma que no sólo fueron muertos sino que además fueron asados y repartidos en pequeñas porciones entre la multitud, aunque no está claro si todos sabían lo que estaban comiendo.
Parecía ser un contradictorio sujeto que de alguna manera confundía a la gente, era como un producto del mal pero con ciertos rasgos de discutible bondad, muy discutible tal vez, pero bondad al fin y al cabo.
Fue por esos tiempos de la desaparición de los guardias que comenzó a tomar forma la leyenda de su presencia simultanea en diversos lugares, distantes a veces cientos de kilómetros. Aunque la explicación más fácil sería que se trataba de individuos de similares características, la gente simple de las barriadas pobres creía ver inquietantes conjunciones, imposibles coincidencias, y terminaban sintiendo una especie de respetuosa adoración hacia su querido y ubicuo Chupacabras. Le inventaban fantásticos medios de transporte, como aves mitológicas o reptiles voladores capaces de trasladarlo sobre su espalda de un lugar a otro, le adjudicaban tratos con diversos espíritus que le conferían poderes especiales, lo suponían conocedor de túneles mágicos o portales misteriosos por donde podía distorsionar el tiempo y el espacio a su antojo... los más rebuscados argumentos acudían en auxilio de los puntos flacos que ni la leyenda lograba explicar del todo. Se decía que alguna vez se había topado con algún espíritu bueno, tal vez un santo, algún dios, tal vez se le apareció la virgen, decían... pero de seguro algo bueno lo había tocado ligeramente por lo menos una vez y por éso hasta sus malas acciones tenían algún rastro de bondad, algún punto positivo, y creía la gente que ese espíritu lo protegía de la ley, de los que lo buscaban. Para esa gente la ley y sus representantes eran el mal, porque les cobraban con creces sus hambres y carencias que solían aplacar algunas veces con lo ajeno.

Vivían continuos tiempos de escasez y privación, casi ninguno conseguía trabajo estable, y se pasaban de empleo precario a trabajo esporádico y en el ínterin se arreglaban con lo que viniera, los pequeños hurtos eran cosa bastante común, y delitos mayores no eran tan raros. Culpaban vagamente de sus males a “las autoridades” pero sin embargo ese hecho les parecía normal; estaban convencidos de que se gobernaba para provecho propio y nada extraño tenía que así fuera. Nunca vieron otra cosa. Estaban convencidos de que la mala suerte y la ignorancia los mantenían alejados de cualquier puesto con algún mínimo de poder, y si alguno lograra alcanzarlo por alguna vuelta del destino, se esperaba que lo aprovecharía igual que los que estaban “arriba”. Con esa lógica, nadie era del todo culpable entonces, ni habían inocentes.
En medio de ese ambiente de marginales y desadaptados; de enfermos de hambre crónica y de vagabundos sin esperanza, de prostitutas pobres y ladronzuelos de poca monta; se había ganado un respeto que no faltó quien dijera que no se merecía, pero el hecho es que lo tenía y lo usaba naturalmente para impartir ciertas órdenes y para dictaminar breves sentencias sobre cuestiones varias, las que todo el mundo, ese pobre mundo paupérrimo, obedecía y ejecutaba sin reclamar ni murmurar. Las drogas y su maldito esplendor se movían muy cerca de ellos, como esas paralelas de la geometría que no deben tocarse jamás. Los “narcos” no formaban parte del mundo del Chupacabras y sus humildes congéneres, ésos generalmente se movían en otras esferas y se consideraban superiores, viendo en el andrajoso Robin Hood y sus seguidores a una especie de mendigos, raterillos sin valor y rebuscadores de basureros. Posiblemente no eran tan poca cosa, pero sí estaban lejos del derroche y escándalo de los traficantes de drogas. El acceso a los círculos del comercio de estupefacientes era para ellos poco menos que imposible, se mantenían naturalmente aparte.
La primera y más notoria diferencia estaba en el deseo de poseer vehículos. Al Chupacabras y su gente no les interesaba esa clase de posesiones que obnubilaban a los narcos, porque ellos se movían por estrechas veredas, recónditos caminos y zigzageantes trochas perdidas entre malezas y casuchas de gente pobre como ellos o quizás un poco más todavía. Confiaban en sus propias piernas y la poca distancia que éstas les permitían recorrer comparada con la de los costosos vehículos motorizados, la compensaban con la astucia que tenían para inventarse lugares que les servían de inexpugnables escondrijos. 
En cuanto a ambicionar  mansiones majestuosas y haciendas de ensueño con exóticos animales y sinfín de comodidades, era algo ajeno a su modo de vida, en el fondo tenían miedo a tanta riqueza: no sabrían qué hacer con ella y se acabaría su humilde felicidad que consistía primero que nada en sentirse libres.
Música estridente, tragos importados con extraños nombres y mujeres despampanantes y exhibicionistas los confundían, para ellos las mujeres eran las que de alguna manera se parecían a ellos mismos: simples y con cierto toque de salvaje dulzura y pasión sin dobleces era lo que los atraía, y su música y bebidas eran las de siempre, las mismas de sus padres y abuelos. A qué buscar otras si con ésas tenían lo que esperaban. 
Preferían quedarse al margen del progreso y de la tecnología, que tampoco entendían demasiado, como si pertenecieran a otro tiempo. Alguna oscura mística parecía guiar ese insólito comportamiento: eran los ascetas del delito minúsculo, los espartanos del tomar y correr, los faquires del poco robar y los monjes de lo parco y de lo escaso. Se podría afirmar que deseaban ser pobres. Los espantaba tener mucho que robar y mucho que repartir, preferían lo que podían llevar puesto o comido, y hasta la próxima incursión en el delito o la contrata temporal, movíanse ligeros de equipaje.
Por éso el Chupacabras se deshacía del excesivo botín regalándolo a los inacabables pobres.
Cultivaban entre ellos unas relaciones cercanas a la amistad, al amor y al compañerismo, pero con el tácito convenio de que podían desvanecerse según las circunstancias. Tanta lealtad no era un lujo que pudieran darse, aunque la traición, por la traición misma, no era tampoco muy frecuente.
Las mujeres se enamoraban de él pero él no se enamoraba de ninguna, tal vez porque estaba enamorado de todas y de esa forma salía ganando de lejos... le atribuían algún hijo de vez en cuando, lo que al final no modificaba en nada el panorama general, ya que el Chupacabras, cuando era dadivoso, lo era con todos por igual, ya fueran hijos suyos o ajenos; no había niño que no recibiera algo de ese común benefactor de los pobres. Porque al final era éso: benefactor de esa pobre gente que le inventaba historias y magias y lo recibía como a una autoridad cuando llegaba a cualquiera de las villas y pueblos de la región por donde se movía. Era un tipo querido y nadie dudaba de que tuviera alguna ventaja sobrenatural.
En cosa de cinco o seis años de relativa buena suerte se había hecho fama de inmortal y de invencible, se podía atribuir parte de esa buena estrella a ciertos cambios en las autoridades de los pueblos y ciudades, a ciertas pujas internas en los partidos e instituciones que mantenían la atención enfocada en otros quehaceres, y principalmente a que en realidad a nadie molestaba mucho su existencia: escaso de cultura, no veía mucho más allá del momento y carecía por completo de formación política, había superado a uno que otro bandolero de poca importancia y se había hecho de un lugar en el infra-mundo casi sin proponérselo. Nada más que éso era el Chupacabras, un personaje que, para la gente importante, no sobresalía mucho de la chatura de los moradores de las barriadas y pueblos de una región poco extensa.
Pero no podía quedar así por mucho tiempo; si él no miraba un poco más arriba, cualquiera de los alrededores podría mirar un poco más abajo... y allí se encontrarían con el todavía no tan peligroso marginal.

Una mala tarde se encontró a un viajero solitario, un tipo extraño, venía andando al lado de una acémila cargada con dos gastadas maletas de cuero no muy grandes y el Chupacabras pensó que se trataba de uno de esos mercachifles que recorrían los pueblos con sus mercaderías baratas, nunca lo había visto antes, por lo que regocijándose con la idea del modesto botín, dijo a sus compañeros:

    - ¡Vamos a presentarnos a este caballero! ¡Tendrá el honor de conocernos!

Le dejaron lo puesto y el burro, nada más, lo cual era una excesiva generosidad, y se le aclaró por si hiciera falta, comentándole que nadie más tendría tal consideración y que si caía en otras manos y lo dejaban vivo, sería sólo para morir más tarde en los campos. Para que no le sucediera éso le dejaban al animal, que de seguro lo llevaría sano y salvo a su destino.

    - Si te quieren quitar el burro, diles que te lo regaló el Chupacabras, y te dejarán seguir tranquilo – dijo a modo de despedida.

El hombre, que se veía bastante viejo, con extraña voz le respondió:

    - Ojalá tú también tengas tanta suerte como yo.

Nadie le dio importancia a sus palabras y se alejaron a inspeccionar lo robado, cual no sería su sorpresa cuando encontraron que una de las maletas estaba cargada de joyas y monedas antiguas de puro oro y plata, una enorme suma, no era posible encontrar por los alrededores a nadie que poseyera tal fortuna. Sin duda se trataba de un “tapado2”. La otra maleta tenía ropa, algunos elementos de uso personal y unos cuantos frascos con sustancias desconocidas para los ladrones.
Ésa fue su desgracia, pues había gente que sabía del hallazgo y estos bandoleros ganaron sólo momentáneamente por puesta de mano, pero quienes venían detrás del viejo busca-tesoros eran gente de cuidado, y por primera vez el Chupacabras y su gente serían perseguidos en serio.

Lo primero que notaron era que estaban siendo vigilados desde lejos, lo cual no presagiaba nada bueno pues si no les caían al momento era porque esperaban refuerzos que no permitirían ninguna posibilidad de fuga. Hubo discusiones sobre devolver la maleta, buscar al viejo, salir huyendo cada uno por su lado, esconderse en alguna de las cavernas o bosques que conocían tan bien...
Lo que temían sucedió, y temprano a la mañana siguiente divisaron un contingente de... ¡soldados! ¡Por la gran flauta! ¡Venía por ellos el ejército!


~ o ~
Terminaron acorralados en una cueva de entrada bastante estrecha por la que sólo podía pasar un hombre a la vez. Habían dejado las maletas mal enterradas, casi a la vista de sus perseguidores, al pié de un enorme árbol imposible de confundir, y tenían la esperanza que al saber que no tenían el tesoro los dejarían en paz. Con algún temor se introdujeron uno tras otro en la caverna que parecía tragárselos completamente, solamente el Chupacabras se mostraba confiado como si conociera el lugar, eran once los que habían quedado después de los primeros enfrentamientos y seguían a su jefe natural. Ninguno había muerto, pero unos cuantos lograron escabullirse y huyeron del peligro. No todos eran tan valientes ni tan leales, y el cabecilla se sintió mejor así... menos bulto, decía.

La caverna comenzaba en un angosto túnel que iba haciéndose más ancho a medida que se avanzaba, hasta convertirse en una espaciosa cavidad de forma aparentemente cercana a una media esfera o cúpula, o por lo menos éso era lo que se podía distinguir con ayuda de linternas, lámparas o antorchas, lo que fuera que tuvieran para iluminar escasamente el lugar, esos detalles no importan mucho pero se sabe que más adelante se terminaron las baterías de la última linterna disponible.
Hacían guardia por turnos en la entrada y finalmente llegaron a ser descubiertos, pero lograban fácilmente impedir la entrada de los que venían siguiéndolos, ya que quien quisiera entrar quedaba en posición de inferioridad con respecto a los que estaban dentro, que con total ventaja clavaban cuchillos y aplicaban furiosos golpes al intruso que no tenía más remedio que escapar del agujero. Nadie estaba dispuesto a intentar el asalto a la primitiva fortaleza que no permitía desplegar la fuerza militar de que disponían por lo estrecho del agujero, así que quedaron algunos soldados vigilando el lugar y entreteniéndose en disparar hacia la negrura del interior en forma esporádica, entre groseras interjecciones, maldiciones y carcajadas. No había cómo escapar, estaban presos en su propio refugio. Pasado un tiempo se sintió llegar más gente y antes de que pudieran comprender lo que tramaban los de afuera, se quedaron petrificados al ver que se lanzaba un artefacto explosivo dentro del hueco, que al estallar violentamente produjo un catastrófico derrumbe que los dejó enterrados, posiblemente para siempre, pensaron, dentro del cerro. Ése era el plan de sus perseguidores: si no morían por la explosión, morirían luego por asfixia, sed o hambre, poco importaba la diferencia. Ya no valían nada.

Dos murieron de inmediato sepultados a causa de la explosión. Quedaban nueve hombres.
Seis de ellos trataron de salir pasando los más horribles tormentos de cavar con las manos, desgarrando su humilde ropa y despellejándose todo el cuerpo, con ayuda de piedras que más o menos les servían de herramientas, quedando cuatro muertos que fallecieron en el intento. Al final sólo dos escaparon.
De los otros tres, el Chupacabras y los mellizos Goicochea, no se sabe nada más que lo que cuenta uno de los que lograron salir, pero es difícil saber qué puede haber de cierto en la narración.
Los que salieron eran muy cercanos al legendario bandido que da nombre a esta narración; estaban entre los que más tiempo lo acompañaron en las correrías y fugas por diversos lugares. Uno de los dos no volvió a hablar más desde ese día, sólo alguno que otro monosílabo en caso de extrema necesidad, por lo que nada más queda el testimonio de uno llamado Julián Ibarra, más conocido como cucaracha, apodo que no sé si hacía alusión a su marcada fealdad o a sus reconocidas cualidades para escabullirse y sobrevivir en las más difíciles situaciones. Que sea por ambas cosas y dejamos allí la discusión.
El cucaracha siempre fue muy hablador y lengua-suelta, no muy preciso en sus declaraciones; a veces decía justamente lo que su interlocutor no quería oír, lo cual hacía para causar disgusto y regodearse con la angustia ajena, y otras veces se deleitaba inventando lo que pensaba que se esperaba que dijera. Era contradictorio y aunque la mentira siempre fue parte de su personalidad, era un tipo confiable...¿cómo es éso? me dirán, pues creo poder responder en parte diciendo que nunca abandonaba a sus amigos y jamás mentía si se trataba de cosas de importancia... el problema era saber distinguir qué era lo que el susodicho consideraba importante y qué no. 



El "cucaracha" Ibarra. 


El mencionado cucaracha pasó escondido mucho tiempo y cambió de apariencia (en realidad lo único que hizo fue cortarse el cabello y la barba, nunca nadie le había visto la cara limpia, y con ese anti-disfraz logró desaparecer de la vista del mundo entero) cambió también de costumbres: se casó o se juntó, nada más ni nada menos, dicen que se libró de toda persecución y que nunca fue preso; yo lo conocí en un viaje por una carretera de penetración a la selva. Tenía el cucaracha una cabaña de madera al lado de la ruta y una caparazón de tortuga clavada a una tabla que a su vez colgaba de un gran árbol hacía de aviso de su modesto "Bar y Restaurante", en la
tabla, debajo del caparazón, estaban pintadas con letras góticas estas palabras: Sopa de Tortuga y Dorado - eran pocos los que se detenían según me comentó, porque los autos pasaban raudos por la nueva autopista y ni reparaban en su diminuto establecimiento - sólo yo, que andaba siempre en busca de algún lugar donde tomarme un buen café, solía encontrar algunos “huecos” que nadie más conocía. Poco me importaban la Tortuga y el Dorado. Terminamos siendo amigos porque yo pasaba por ese lugar más o menos cada treinta días, y paraba en el sitio dos veces: a la ida y a la vuelta; aunque casi nadie más buscaba café en el caluroso clima del paraje en cuestión, quien sabe si alguien muy temprano en un día de invierno podía apetecer de esa bebida que para mí era indispensable, siempre estaba disponible porque el dueño del lugar y su mujer lo tomaban todos los días. El cuco, como yo lo llamaba, tenía un excelente café que cultivaba y tostaba él mismo en modestas cantidades, sólo para su propio uso. Su plato fuerte era la famosa sopa de Dorado3 que solía atraer alguno que otro camionero que ya conocía el modesto parador; con éso y con lo que sacaba de la naturaleza, sobrevivía en el despoblado y agreste paraje. La sopa de tortuga se servía sólo de manera esporádica porque no se podía matar tortugas todos los días, se trataba más de una especie de truco para llamar la atención, que no daba grandes resultados, pero estando ya puesto el letrero, pues quedaba muy bien y así lo dejó.
Como ya dije, se había casado, y con tan mala suerte que su mujer perdió al que sería su primogénito, y con él perdió parte de sus entrañas... útero, ovarios, no sé... no recuerdo en detalle – le vaciaron todo, se lamentaba con gran dolor cuando me contaba lo sucedido - el hecho es que ella se quedó incapacitada para procrear, y el cucaracha, triste y resignado, la cuidaba como a una hija que nunca tuvo. Era una mujer diminuta y menuda, aunque bastante vivaz y con alguna energía de más para lo que podría esperarse de su pobre apariencia. Una tristeza permanente anidaba en sus ojos.

Recuerdo más o menos cómo fue que llegamos a comentar algo del Chupacabras en una de mis paradas en su restaurante; ya había agarrado confianza conmigo y me parece que además ese día había estado bebiendo un licor que también era de su invención en base a alguna fruta silvestre de la zona; compartió conmigo su tan guardado secreto: él había sido uno de los secuaces del famoso bandolero. El tema entró en nuestra charla debido a que por esos días había fallecido, muerto en un tiroteo con guerrilleros o bandidos, no estaba claro el asunto, el teniente o capitán Ríos, quien mandaba la compañía que había dado muerte, supuestamente, al escurridizo Chupacabras, algunos años antes. Al militar ése lo emboscaron y lo mataron usando flechas, cuchillos y armas de fuego, extraña combinación y salvaje carnicería que hacía pensar en una confabulación de foráneos con nativos de la región. Todo muy confuso, y seguramente el negocio de las drogas fue un factor importante en el hecho.

Volvamos al relato.
Me contó que él había sido la mano derecha del mentado Chupacabras, me relató lo que ya narré hasta aquí y lo que, según él, había sucedido en la cueva, me aseguró que el Chupacabras y los mellizos desaparecieron y después se le presentaron como imágenes o espíritus que parecían flotar porque se movían sin ninguna dificultad.

Él los había visto entrar, poco después de la explosión en la caverna, por una abertura que dejaba ver un resplandor verdoso. Se fueron los tres por ese agujero en el suelo de la cueva, bien al fondo, daba miedo y por éso nadie más se atrevió a seguirlos. El cucaracha Ibarra y los otros prefirieron enfrentar la muerte buscando la salida antes que bajar a lo desconocido. Cada cual reacciona de diferente forma, me decía, él no bajaba por ese hueco del infierno ni aunque lo fusilaran, aseguraba. Quería salir al aire libre, como sea, y no adentrarse más en la tierra que lo sofocaba y le despertaba un terror claustrofóbico.
Cuando indagué más sobre éso de imágenes o espíritus, me explicó:

    - Bajaron por el hueco ése y desaparecieron no sé cuánto tiempo, porque adentro de la cueva todo era oscuridad y no podíamos calcular los días ni las horas, la última linterna se había apagado hacía mucho y cavábamos a la suerte tratando de avanzar en la dirección que esperábamos fuera la correcta. Para ese momento sólo quedábamos dos, de los seis que comenzamos el trabajo, en el esfuerzo de hallar la salida. Ya no había comida y sólo un poco de agua medio hedionda que quedaba en una de las cantimploras. Pensábamos que el jefe y los mellizos habrían muerto en el misterioso agujero, lo mismo que esos otros cuatro que habían quedado con nosotros, nos costaba creerlo y aceptarlo porque lo suponíamos mucho más fuerte que todos, entonces se aparecieron ante nuestros ojos. No sé explicar cómo los vimos en la más negra oscuridad; era como si sus caras tuvieran una especie de luz propia que no alumbraba, sólo sé que sus miradas ya no eran de este mundo, pero estaban tranquilos ¡parecían felices! ¡carajo! ... no sé cómo decirlo... me hicieron recordar a esas imágenes de las iglesias, parecían santos... no sé, no tenían ni cicatrices ni manchas ni nada de lo que siempre había en sus rostros... estaban limpios, el Chupacabras al centro y un mellizo a cada lado, un poco más bajos, formaban como un triángulo como ése que tiene el ojo de Dios al medio, muy raro... "allá todo se cura, Julián" me dijo el Chupacabras como hablando con un hijo; y desaparecieron otra vez, no sé si por el hueco o por dónde... no sé, no se veía nada... y comenzamos a cavar más de prisa y entonces nos dimos cuenta que las cantimploras estaban llenas de agua fresca y cada uno de nosotros tenía tres raros panes en los rotosos bolsillos... no tuvimos miedo, creo que la comida y el agua nos alegraron el alma y poco después conseguimos salir, arañados, desollados y apretados, como gusanos que salen de la tierra, hechos mierda pero vivos, sólo los dos que quedamos al final.

    - ¿Y qué es del otro?

    - No quiso hablar con nadie. Comió el pan y tomó el agua pero no habló nada de lo sucedido, cuando yo comentaba algo con él parecía desconcertado, confundido. Cuando salimos se fue a buscar a una hermana que tenía creo que en el norte, no sé... no me acuerdo bien dónde, y nunca más supe de él. Puede que haya muerto, era mayor que todos nosotros.

Por ese tiempo yo había encontrado y adquirido un ejemplar de La tierra es Hueca de Eduardo Elías y justamente lo tenía conmigo en el auto. Me pareció que no había que forzar mucho el extraño relato ni la imaginación para ver en él la posibilidad de una entrada al supuesto mundo subterráneo que describía la obra mencionada; le hablé de la posibilidad de que la tierra fuera hueca por dentro, con un sol interior y que según la teoría podrían haber hasta doce aberturas que lo comunicaran con el mundo externo que es donde vivimos... y que estaba habitado por una raza superior; quedó asombrado, más de escucharme a mí hablar de éso que de la posibilidad misma de que algo así fuera cierto. Demás fue tratar de explicarle lo de las fuerzas de atracción, las órbitas planetarias y demás aspectos de la teoría: ni lo intenté, no entendía nada de nada, su ignorancia de lo más elemental de la física era total... no lo culpo, nunca estudió... y sospecho que no sabía leer. Tal vez alguien le ayudó a pintar el letrero, quién sabe si su esposa, que salió cuando yo le mostraba el libro y al ver esa escena se acercó al cuco y lo abrazó, a mí me pareció que trataba de protegerlo o consolarlo para que el libro no lo hiriera al revelar su triste condición.
Una inquietud indescifrable se adivinaba en su mirada. Me pareció que suplicaba que lo deje tranquilo.
      - ¿Qué pasa Cuco?

      - ... ese hueco... - murmuró -¿será que...?

      - No sé... ¿Dónde quedaba la caverna? - Yo esperaba obtener alguna pista. Mi interés tomaba ese lógico rumbo.

      - "Allá todo se cura, Julián"... - dijo como para sí mismo, con la mirada perdida.
    Después, silencio absoluto, pero no de quien trata de ocultar algo, no. Estaba en otro mundo, mis palabras no le llegaban. Pensé que tal vez a la vuelta o el próximo mes podríamos conversar más sobre éso. No se les veía normales y me preocupé.
    Cerré el libro y cambié de tema. Entonces los vi a los dos más aliviados, pero siempre en la misma actitud autista. Dejé el dinero del café y el desayuno en el mostrador de madera y salí a la suave luz del amanecer. Seguí mi rumbo.

    El viaje de vuelta fue atípico, pasé de noche, muy tarde, por su cabaña y obviamente estaba todo a oscuras. Me detuve un momento porque no me resignaba a posponer la conversación por treinta largos días, mi curiosidad era enorme pero no más grande que mi respeto al amigo que seguramente estaría durmiendo. Esperé un rato con el motor encendido que ronroneando suavemente se mezclaba con los sonidos de la noche blanquecina de luna llena, creo que tenía la esperanza de que el cuco estuviera despierto y al escuchar el motor saliera a recibirme... nada. Seguí de largo con marcada angustia.
    El mes siguiente ya no lo encontré, ni al cucaracha ni a su mujer, no había nadie en el “Bar Restaurante - Sopa de Tortuga y Dorado”. No los volví a ver más.


    1Al contrario de lo que se cree comúnmente, el alcohol no es un estimulante, sino un depresor del sistema nervioso central. La euforia y desinhibición son los primeros efectos psicológicos de su consumo, pero a medida que aumenta el rango de tolerancia del organismo, éstos son reemplazados por otros menos agradables. 
     
    2Dinero o tesoro escondido, se hacía generalmente en tiempos de guerra, para evitar que los valores cayeran en manos de los soldados, amigos o enemigos, daba igual. Muchas veces el dueño moría y el tesoro quedaba enterrado o escondido por mucho tiempo, sino para siempre.
     
    3Dorado: Pez de río. Llamado también damita o pirayú (Salminus brasiliensis) es un pez caraciforme de gran tamaño que habita las aguas tropicales y subtropicales de varias cuencas fluviales de América del Sur.

    2 comentarios:

    1. ¿Y qué crees o supones que pasó con el cucaracha?

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    2. Me imagino que regresó a la caverna, tal vez en busca de una cura para su mujer.

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