jueves, 13 de noviembre de 2014

Correspondencia... imaginaria.




No recuerdo cómo empezó todo, no sé si fue en ese tiempo en que la soledad me agobiaba, en que la lectura cubría nada más que una parte de mis ansias y me mantenía apenas a salvo de la depresión. ¡Ah... Depresión... vieja conocida y casi amiga! Si no fuera por su malhumor sería una soportable compañera. Cuántas veces antes logré alejarla y seguramente ahora, si vuelve a visitarme, sabré también indicarle el momento de marcharse. La conozco desde chico y no le temo.

Decía que no estoy seguro de cómo se inició la amistad que quiero exponer en estas lineas; no sé cómo surgió pero me mantuvo ocupado y satisfecho por largo tiempo.
Me escribía de vez en cuando algún mensaje contándome diversas cosas y tratando las más de las veces algún tema extraño pero que de alguna manera despertaba mi interés y curiosidad. Otras veces tocaba algún asunto ya conocido por mi, aunque relegado por no tener con quien compartirlo.
Era una amistad por correspondencia que fue haciéndose de un lugar de preferencia entre mis demás actividades hasta llegar al punto en que sólo con ver la notificación del mensaje, antes de abrirlo, ya experimentaba la emoción que me traería el grato momento de su lectura. Pasó el tiempo y esta relación se hizo una costumbre, casi una parte de mí mismo. Ya no importaba mucho hasta que punto conocí antes a mi interesante y culta contraparte, era algo que ya no tenía trascendencia porque el grado de compenetración logrado había sido en esa última etapa exclusivamente escrita, silenciosa, no oral.
Se manifestó como una persona de compleja pero atractiva personalidad, irreverente en extremo ante ciertos dogmas, a veces el ateísmo destacaba triunfante, otras veces la herejía jugaba con lo más sagrado de ciertas doctrinas. Yo lo disfrutaba sobremanera y a veces le planteaba alguna paradoja que era indefectiblemente resuelta, o por lo menos refutada, en la siguiente misiva. Tratábamos además otras cuestiones muy distintas, pocas cosas escapaban a nuestro variado repertorio. 
Alguna vez se puso a jugar con demonios. Satán, Lucifer, Luzbel, Belcebú... y más nombres del maligno que no viene al caso recordar. Me contaba ¿supuestos? diálogos que mantenía con ese personaje en los que no pocas veces imprecaban ambos al creador supremo. Lógicamente yo los tomaba simplemente como lúdicos ejercicios filosóficos; como reclamos de una criatura que se sentía abandonada por su dios; como desacatos llevados al extremismo para ver hasta dónde se puede llegar en la rebeldía.

Le había preguntado algunas veces dónde vivía, desde qué lugar de la tierra me escribía; si seguía allá en el pueblo donde alguna vez tuvimos breves conversaciones y ciertos diálogos no muy usuales, pero nunca faltaba algún asunto más interesante que desviara la atención de tan insignificante detalle. Y lo olvidábamos, hasta que otra vez pasaba lo mismo y así, en tres o cuatro intentos fallidos no logré saber nada al respecto. Solamente deduje que vivía sin ninguna compañía, humana o animal.
Ya no podré saber de dónde me llegaban sus escritos, ni siquiera si existe aún, o inclusive si existió alguna vez fuera de mi imaginación.

Todo sucedió, aunque en forma paulatina (dos o tres cortas etapas) en un tiempo bastante breve, cosa de pocos días. Primero fue una sospecha de su parte sobre si yo era en verdad yo y no un impostor. Creo que conseguí eliminar su desconfianza. Después fue un pedido que me pareció cargado de angustia en que me solicitaba que le escribiera a otra dirección... pero... me volvió a escribir desde la misma de siempre, aunque de una manera distinta, con un pobre nivel no sólo intelectual sino también gramatical. Esta vez era yo quien desconfiaba, y con razón, que no se trataba de la misma persona que yo conocía.
La última comunicación... ya no recuerdo por cual de las dos direcciones que tuvo al final, porque increíblemente todo ha desaparecido de mi correo a pesar de tenerlo archivado en una carpeta aparte, la última comunicación, repito, fue
absolutamente extraña a su personalidad. Fue grosera y maligna, cargada de alguna perversa inmoralidad y con intención de herir y humillar. Y todo acabó. No más correspondencia, no más temas interesantes, no más juegos herejes ni ateos (que tampoco eran lo mejor ni lo único que solíamos compartir). No a vuelto a responder mis mensajes ni siquiera porque en alguno de ellos casi le supliqué una explicación, a pesar de lo mucho que me cuesta incursionar en ese incómodo territorio de lo sentimental cuando no se trata de hacer poesía o literatura.


No sé si ha muerto y fue ésa su extraña manera de despedirse: con una broma cruel; o si por un instante alguno de sus demonios tomó su lugar y se regodeó burlándose de los dos; o si nunca existió y yo me he inventado todo ésto tal vez para llenar un vacío en mi vida y en este par de hojas libres. La ausencia de cualquier rastro en mis archivos hace que me incline por esta última alternativa.
07/11/14

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